Nacido en Oviedo en 1948, desde su paso por la licenciatura siempre sintió una vocación decidida por la carrera universitaria, junto con otros compañeros de curso que mantenían idéntica inclinación, como Gustavo Suárez Pertierra o Ramón Punset Blanco, destinados al Derecho Canónico y al Derecho Constitucional, respectivamente. Pero estos últimos, a diferencia de Sánchez Rodríguez, más afortunado, tuvieron una carrera universitaria condicionada por la dependencia de la situación administrativa de sus maestros o por la búsqueda de director fuera de Asturias, al no contar con un catedrático en la Universidad de Oviedo que pudiera desempeñar estas funciones, lo que los obligó a pasar por otras universidades, de las que sólo regresó Punset. Entre los tres siempre existió una gran sintonía y una fuerte amistad. Curiosamente, por aquellos años la Facultad de Derecho produjo numerosos docentes, creándose desde la base el comienzo de un cambio generacional. Un fenómeno que no obedece a ninguna lógica, pues a comienzos de los sesenta el porvenir de un profesor universitario no era especialmente atractivo y, además, los medios humanos y materiales de la Facultad ovetense eran bastante precarios. Pero la voluntad de un pequeño grupo se impuso a las dificultades.

Tras pasar fugazmente por el departamento de Derecho Romano, Luis Ignacio Sánchez trabó contacto con el catedrático de Derecho Civil José Luis de los Mozos, pero la brevísima estancia de éste en Oviedo no logró consolidar una relación académica estable al margen de la dirección, más teórica que real, de su «tesina» de licenciatura. El tema elegido causa gran sorpresa si se pone en relación con la posterior trayectoria investigadora de su redactor: «La reforma agraria en España». Obtenido el grado de licenciado, la inclinación hacia el Derecho Internacional Público comenzó a hacerse patente e ingresó como meritorio en el recién creado departamento sin percibir cantidad alguna hasta conseguir la ansiada plaza de ayudante que estaba remunerada con 10.000 pesetas mensuales (que abonaba personalmente a los interesados un ordenanza que portaba una descomunal cartera, conocido como «Paganini»). Resuelta la situación administrativa, quedaba por solventar la carrera docente. Sánchez Rodríguez había tenido noticias por la prensa del tremendo escándalo que se produjo en el salón de grados de la Complutense con motivo de las oposiciones a las cátedras de Murcia y de La Laguna en 1970 en las que Julio D. González Campos no obtuvo plaza. En aquellos momentos no se vislumbraba un sucesor concreto a don Luis Sela y Sampil y por esa razón emprendió sus estudios de forma autodidacta con sólo contactos muy esporádicos con el catedrático jubilado, el cual no era muy proclive a pisar el seminario y, cuando así acontecía, realizaba preguntas vagas sobre el estado de la investigación o lanzaba chascarrillos del tipo: «¿Cómo va esa zona exclusiva de pesca?», sentenciando, sin escuchar la respuesta, «siga usted pescando». Ante esta situación, la llegada a Oviedo años más tarde del profesor González Campos por fin como nuevo catedrático no pudo ser más providencial.

A partir de ese momento existió una química perfecta entre ambos: González Campos puso todo su esmero en la formación de su primer discípulo directo y éste no lo defraudó en ningún momento. El maestro estaba dedicado al estudio de los procedimientos de producción normativa del Derecho Internacional, que habían sido el objeto de su tercer ejercicio de cátedra, y trabajaba en la delegación española que se preparaba para la III Conferencia sobre Derecho del Mar. Con el tema de tesis sobre «La zona exclusiva de pesca» se daba una confluencia perfecta entre ambos grandes sectores al tiempo que se pretendía poner de relieve los intereses en presencia del Estado español en materia tan compleja. La investigación se realizó en un ambiente muy enrarecido, pues coincidió con los últimos años del franquismo, pero evidenció una sincronización entre un maestro y un discípulo que tenían mucho en común y en la que el salto generacional alcanzó «hegelianamente valor cualitativo» por encima de la acumulación cuántica de materiales. El resultado fue una excelente tesis que abrió a Sánchez Rodríguez la puerta grande de su carrera académica obteniendo la primera plaza en las dramáticas oposiciones a profesor adjunto de Derecho Internacional Público y Privado de 1977, pese a que concurrían numerosos candidatos en principio mejor situados. La férrea disciplina de su maestro se impuso en las aún más dramáticas oposiciones a la plaza de profesor agregado de la misma asignatura en la Universidad del País Vasco. Fue el último profesor «doble» (Derecho Internacional Público y Derecho Internacional Privado) dentro de los internacionalistas españoles que ganó su plaza, tras singular combate con los otros candidatos, recurriendo al temible procedimiento de la «trinca», que justificaba plenamente la denominación de «oposición» a las antiguas pruebas para acceder a catedrático.

Su trayectoria posterior caminó por derroteros propios, con la formación de su propia escuela, pero nunca perdió el contacto con el maestro, como evidencia su participación, junto con él y con Paz Andrés, en el manual de Derecho Internacional Público que apareció en Oviedo en 1975 y que ha llegado a la octava edición. Pronto obtuvo el ansiado traslado como catedrático a la Universidad de Oviedo, donde fue decano y secretario general de la Universidad durante el Rectorado de Teodoro López-Cuesta. Precisamente, en su etapa de decano se eliminó, sin ninguna repercusión social gracias a su habilidad, una huella de la Guerra Civil que perduraba en el Aula Magna donde, al lado de enormes vítores y otros símbolos del franquismo, figuraba una enorme leyenda a todo lo largo de la pared derecha que rezaba: «Universidad de Oviedo: cuna de estudiantes soldados, dijo Aranda».

Pero la vocación por el Derecho Internacional venció las tentaciones que deparaba la apacible vida en Oviedo. Era necesario desplazarse a Madrid. Tras una breve estancia en la Universidad de Alcalá de Henares, desembarcó en la Complutense en 1990, donde dirigió el departamento de Derecho Internacional Público y de Derecho Internacional Privado de 1993 a 2009, cargo del que tuvo que cesar, pues una absurda decisión rectoral prohibió las elecciones sucesivas, que tenía aseguradas por unanimidad.

Su trayectoria docente registra innumerables cursos en el extranjero y el nombramiento de profesor visitante en centros prestigiosos como el Institut des Hautes Etudes Internationales de la Université Panthéon-Assas, París II, la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) o la Universidad Interamericana de Puerto Rico. Su actividad investigadora se inició con el estudio del Derecho del Mar en la Universidad de Oviedo, extendiéndose, entre otras muchas materias, al Derecho de los tratados, a la inmunidad de jurisdicción o a los problemas de la soberanía territorial del Estado. Este último sector fue desarrollado en el curso que impartió en la Academia de Derecho Internacional de La Haya, y es el resultado de algo más que un esfuerzo especulativo, pues tuvo ocasión de participar en diversos contenciosos ante la Corte Internacional de Justicia como abogado consejero, principalmente en el ámbito de los contenciosos territoriales en América Latina, que le proporcionaron una experiencia práctica de gran utilidad. Fuera de Asturias continuó sus investigaciones extendiéndose a nuevas rúbricas como el terrorismo internacional, el uso de la fuerza o el Derecho comunitario europeo. Además, dirigió catorce tesis de doctorado, habiendo alcanzado algunos de sus discípulos cátedras universitarias.

La denominada Escuela de Oviedo fundada por Julio D. González Campos nunca fue un plantel en sentido cerrado en el que sus componentes hubieran de tomar las mismas líneas de investigación o los mismos presupuestos teóricos. Lo que ha unido a sus integrantes ha sido la voluntad de desarrollar un pensamiento crítico y reflexivo, inspirado preferentemente en la práctica de los estados y en las transacciones transfronterizas entre particulares; algo que el maestro supo inculcar en nosotros. A partir de aquí, la libertad ha corrido pareja a la necesidad de sistematizar, y los miembros de la escuela desarrollaron pensamientos heterogéneos marcados por la interdisciplinariedad. Si de transformar la sociedad se trata, si introducir razón en el mundo jurídico internacional es uno de los objetivos de la escuela, un conocimiento lo más científico posible del mismo ha sido la condición indispensable que ha guiado la labor de Luis Ignacio Sánchez Rodríguez. Con su fallecimiento, en plena juventud intelectual, la comunidad internacionalista española pierde uno de sus baluartes más conspicuos y dinámicos y la sociedad asturiana, a un genuino apasionado de Asturias que mantuvo, con una simpatía arrolladora, fidelidad a su tierra a lo largo de su vida.