Hay gente a la que sorprende la radical oposición de la «cúpula» del PP asturiano a la candidatura de Cascos. Pero la verdad es que era de esperar y lo único sorprendente es que hayan tardado tanto en atreverse a hacerlo público. Pensemos quién puede sentirse perjudicado por la llegada del ex ministro. No, desde luego, los simpatizantes y los militantes de base populares, que se sienten ilusionados con la posibilidad de tener, por fin, un verdadero líder después de todos los fiascos que han tenido que soportar. Ellos no tienen nada que perder y sí mucho que ganar. Otra cosa son, en cambio, aquellos que han conseguido un «puestín» cómodo a pesar de las continuadas derrotas y temen perder el chollo. Ésos sí pueden sentirse amenazados. Por tanto, es cierto que Cascos genera división dentro del partido. De hecho, lo divide en dos grupos: los que quieren ganar y los que están muy a gusto con el actual estado de cosas. Y, a poco que redondeemos ese concepto de «cúpula», veremos que la del PP regional pertenece al segundo grupo. Es normal que no quieran cambios y, probablemente, han esperado a tener un candidato alternativo que los satisfaga antes de manifestar su repulsa.

Ahora bien, ese candidato no pudo salir de entre ellos mismos. No hay entre los actuales dirigentes populares políticos de talla ni personajes conocidos por todo el mundo, ni, mucho menos, auténticos líderes. No tengo constancia de que contribución alguna a la política asturiana de ninguno de ellos vaya a merecer siquiera una nota a pie de página en los libros de Historia. Y, en cuanto a liderazgo, permítanme que me carcajee. Si, durante tanto tiempo, el jefe supremo de nuestro PP ha sido don Ovidio el Eterno Perdedor, no quiero pensar cómo serán los jefes menores. En realidad, la mayoría de ellos han conseguido pasar tan desapercibidos que estoy convencido de que no los dejarían entrar en cualquier agrupación local distinta de la suya sin enseñar el carné de afiliado en la puerta. Hasta la fecha, sólo han demostrado maestría en el uso del veneno y del puñal, pero no contra los adversarios políticos, sino contra los correligionarios que intentaron cualquier renovación.

No. La «cúpula» del PP ya tiene un candidato ideal. Alguien que no ha destacado especialmente en nada, de modo que no ofende a los mediocres. Alguien que no pertenece a ninguno de los clanes que se reparten el pastel «pepero», de modo que no suscita suspicacias. Alguien que permitirá que las cosas sigan igual que hasta ahora, de modo que no amenaza los chollitos particulares. Es una persona de orden, partidaria de la flexibilidad laboral y de las ayudas a las empresas. Es firmemente conservador en el fondo, pero con ese barniz progresista en el exterior que tanto gusta a las masas. Es, incluso, ingeniero como don Paco Álvarez, aunque de minas. Se llama Javier Fernández y sólo tiene un pequeño inconveniente: que se presenta por el PSOE. Pero no van a permitir que una minucia como ésa les impida apoyar a una persona que les ofrece tantas ventajas.

El problema es que las bases probablemente no aprecien estos razonamientos y, para contentarlos, haya que buscar a algún infeliz dispuesto a presentarse de «sparring». Pero el comité «deselectoral» del PP asturiano ya tiene claro que va a apostar por Javier. Otra cosa es que los simpatizantes y los militantes de base estén por la labor de que les tomen el pelo una vez más. El tiempo lo dirá.