Reconozco carecer de autoridad moral, económica y balompédica para recomendar al Sporting de Fernández y González (anteriormente de Gijón) el rumbo que el club ha de seguir en la temporada próxima. Pero sí puedo alzar mi voz antes de que lo hagan la Organización Mundial de la Salud, la ministra española de Sanidad o la Sociedad Europea de Cardiología. Esta ciudad cuenta con una población ya mayor (para no ofender a nadie diremos que otoñal), fumadora, bebedora y muy trabajada. De manera que su riesgo tiene categoría de elevado en la problemática del «cuore».

El Sporting no puede ni debe agravar la situación de esta buena gente gijonesa con incertidumbres, inseguridades, tropiezos y fallos en la cuestión deportiva. Una temporada, la que viene, con un final como el de la pasada y el número de cardiopatías, infartos, anginas, arritmias y taquicardias se elevará hasta magnitudes alarmantes. Si el entrenador cántabro pasase unos días por su tierra podría recabar información a este respecto en la acreditada institución sanitaria de Valdecilla, donde mi nieto Carlos está haciendo el MIR y le informaría sobre cardiología muy gustosamente. Gijón no se merece una espada de Damocles sobre la cabeza de los aficionados futbolísticos.

No confío en que me hagan caso los amos del balón, los virreyes de Mareo, como no me lo hicieron cuando les recomendé que rematasen al agonizante. Fueron a Mareo, la fastidiaron y creo que todavía están esperando las anchoas del presidente Revilla. Cuídese el corazón de la Mareona librándole de cabreos, disgustos y chapuzas. Por si las cardiopatías.