Antiguos y recientes acontecimientos demuestran que las cúpulas de los partidos políticos -de todos los partidos políticos- no se ocupan, ni siquiera se preocupan, de la Política, con mayúscula. En lo que de verdad trabajan y se esfuerzan es en el pequeño politiqueo que consiste en elaborar sus listas cerradas de candidatos para que una elite continúe asentándose en el poder, sin que nadie pueda removerlos de los sustanciosos cargos que ocupan y en los que desean perpetuarse, porque ése y no otro es el objeto de sus afanes y de sus inquietudes. La Política es cosa de los altos funcionarios del Gobierno, de los técnicos cualificados que han accedido a sus puestos administrativos por rigurosa oposición, y también de los burócratas que ocupan los llamados cargos de confianza. Ellos son los que saben cuánto dinero hay y de cuántas oportunidades se dispone objetivamente para realizar las inversiones públicas, así de cómo deben de instrumentarse los sistemas económico-financieros para elaborar los presupuestos. Ellos son los que están de verdad preparados al margen de ideologías y de batallitas que lo único que persiguen es enfrentarnos ideológicamente a unos con otros para obtener, cueste lo que cueste, el voto de los crédulos ciudadanos que aún piensan que con mítines, soflamas, insultos y palabrería se puede arreglar el mundo.

No tenemos una democracia, sino que padecemos una intolerable presión de los partidos que impiden el paso hacia la Política de verdad a los hombres y mujeres que, de buena fe, se creen que con su sacrificio y su entrega al servicio del Estado pueden mejorar España y engrandecer nuestros horizontes sociales, de convivencia y de progreso.

La verdadera democracia es aquella que da libertad al ciudadano para que pueda presentar su candidatura al cargo de diputado, sin trabas imposibles de superar, ni tampoco coartar la libertad del pueblo para que elija a quien quiera presentarse, siempre que lo haga con limpia vocación política. Sin embargo, la verdad es que al ciudadano se le obliga a votar una lista que han elaborado entre cuatro, para su provecho, y que excluye de la voluntad popular a quienes no sean afines al organigrama de los políticos profesionales.

Nuestro sistema ya no es tan joven como para seguir tutelado. Es hora de que las listas abiertas revelen la verdadera voluntad popular y de que desaparezcan las trabas con las que los partidos impiden acceder a la Política a quienes sienten sana y limpiamente la vocación de servir al país.