En España, donde nadie escucha a nadie, es comprensible que en torno al 90% de las personas que necesitarían un audífono para oír, mayores de 60 años sobre todo, no los usen. ¿Para qué? Entre los contertulios de los medios, por ejemplo, es seguro que abundan los que están tenientes, pero no enterarse de lo que dicen los otros es algo que no les afecta ni poco ni mucho, aunque en este caso la razón también habría que buscarla en el hecho de que todos dicen lo mismo, bien que en dos modalidades: los que dicen lo que dice el PSOE, y los que dicen lo que dice el PP.

El caso es que el desprecio total en nuestro país a uno de los sentidos que procuran más satisfacciones al resto de los humanos, el del oído, ha sido detectado en la investigación realizada por seis médicos de atención primaria de Albacete dirigidos por el doctor Jesús López-Torres, y cuya principal conclusión es desalentadora: tanto a los afectados por la pérdida progresiva de la audición como al sistema sanitario, les trae sin cuidado el asunto. Se lamenta el estudio del aislamiento social en el que cae el que no oye, pero en un sitio donde se dicen tantas tonterías y tantas mentiras, donde el ruido que emana de todas partes destruye los sonidos, donde las nuevas generaciones y parte de las antiguas usan una prosodia como de faltos, y donde, por lo demás, la educación musical es nula, ese aislamiento social bien pudiera resultar una deliciosa bendición para quienes, como vemos, se instalan tan a gusto en él.

Es cierto que los audífonos buenos, no los corrientes que sólo ensordecen más a la víctima con sus horrísonos pitidos, son muy caros, pero también lo es que quienes pueden pagárselos, prefieren gastarse el dinero en otra cosa o no gastárselo en absoluto. A la edad en que uno empieza a perder, junto a todo lo demás, el oído, o ya se ha oído demasiado, o lo que se ha oído no mereció la pena, o se ha perdido la esperanza de escuchar algún día algo bonito o con algún interés. El audífono, en tal caso, no nos hace ninguna falta. Y el oído, tampoco.