Las primarias han terminado como un instrumento de matar: sólo se usan para sofocar un motín o castigar la independencia. En Madrid, Trinidad Jiménez, a la que el aparato de Moncloa y de Ferraz había preparado una pista de aterrizaje con encuestas incluidas ad hoc, es aupada a una supuesta competición entre militantes a la que llega ungida por el presidente del Gobierno para descabalgar a Tomás Gómez.

En el PP se tienen que estar frotando las manos porque en las próximas semanas aflorarán todas las miserias y debilidades del PSOE madrileño, las luchas de poder y las viejas reyertas que estaban por lo menos adormecidas con el liderazgo del secretario general regional.

Nunca se hubiera atrevido Zapatero a una maniobra semejante ni en Andalucía ni en Cataluña, porque una falta de respeto tan grande con una organización territorial sólo es posible cuando cohabitan en la misma ciudad el inmenso poder de la Moncloa, el de Ferraz y el de la comunidad.

A José Luis Rodríguez Zapatero, aplicando un dicho cubano, no le gusta perder ni a las «escupidas», que es un juego infantil que consiste en saber quién llega más lejos escupiendo. Tener un criterio diferente es entendido como una ofensa por el líder absoluto que con el mismo desparpajo que impuso a Miguel Sebastián lo hace ahora con Trinidad Jiménez.

Las elecciones primarias van a ser una batalla sucia por la naturaleza misma con que se han planteado. Lo único que le faltaba al disminuido prestigio del PSOE después de todos los cambios y con sondeos sobre subidas de impuestos en quien afirmaba que bajarlos era «progresista».

Los sociólogos tienen una tendencia suicida a pensar que los ciudadanos carecen de memoria. Trinidad Jiménez falló en Madrid y fue sustituida; todas las designaciones a dedo de Zapatero han sido un desastre sin excepción y ahora pretende que unas encuestas sustituyan la voluntad de los militantes en una guerra en la que todo el mundo se va a defender como gato panza arriba. Increíble.