Como tantos, he seguido con cierta pasión los procesos de elecciones primarias en el seno del PSOE, entendiendo que, al fin, algunas puertas y ventanas se abrían en el hermético partido (no es que los demás no lo sean, conste; es que ahora toca hablar de los socialistas y no de otros). Quién sabe si en Madrid ganará en la confrontación intestina Trinidad Jiménez o si el vencedor será Tomás Gómez; importa menos eso que el hecho de que se esté produciendo un proceso interno que tiene mucho de ejemplar en una formación política que se nos antoja(ba) excesivamente agarrotada, enquistada, anclada en los tiempos en los que manda(ba) el «aparato».

Por lo mismo, lamento mucho que, de manera casi inevitable, el ex ministro Antonio Asunción haya quedado fuera de la contienda por la candidatura socialista para la Generalitat Valenciana. Ignoro, a estas alturas, cuántas decenas de avales le han faltado, pero me parece una pérdida de gran calibre que alguien con su prestigio y trayectoria, que hace el sacrificio de regresar a la ingratitud de la política tras haber triunfado en su vida privada, quede apeado de la contienda electoral. Nada tengo contra quien debía ser su competidor interno, Jorge Alarte, pero, si he de ser del todo sincero, me parece que Asunción hubiese tenido mayores posibilidades de llegar a la meta frente a un Francisco Camps algo desgastado y aún ni siquiera oficialmente nominado por su partido.

Lo peor es siempre la sospecha de que quien ha hecho la ley pueda también hacer la trampa, y motivos no faltan para pensar que, tanto en el caso madrileño como en el valenciano, ha habido demasiadas «interferencias» en el proceso, interferencias que siempre habrían estado destinadas a impedir lo que sería más simple: que los afiliados puedan votar, sin más, al candidato que prefieran, sin más exigencias de avales y sin mayores cortapisas.

No puede, así, desconocerse un cierto tufo a intervencionismo del «largo brazo» de la ejecutiva federal en todo este proceso, ni tampoco es fácil abandonar la sospecha de que algunos burócratas locales han maniobrado a tope para asegurarse la permanencia en el carguito. No quisiera, en fin, hablar de oportunidad perdida, pero me temo que, al menos en el caso valenciano, Asunción podría llegar a tener motivos para llegar a la impugnación de todo el proceso. Lástima que este proceso, que en la teoría tiene algo de ejemplarizante y mucho de positivo, quede ensombrecido con estas lacras, perfectamente evitables si existiese una voluntad real para ello.