Conservar significa proteger, cuidar, mantener las cosas como están. La conservación de la naturaleza implica proteger animales y plantas, evitar el deterioro del hábitat y la explotación por encima de su capacidad de regeneración. Pero además, puesto que la mayor parte del planeta está alterado por las actividades humanas, cuando se habla de un plan de conservación de una especie o de una zona, se trata más bien de recuperar, de restaurar, de volver a las condiciones de algún momento del pasado. Y esto requiere un punto de referencia que nos indique hasta dónde queremos restaurar la naturaleza perdida. El problema es que a menudo las referencias dependen de percepciones subjetivas y éstas cambian con el tiempo.

Este fenómeno se conoce como el síndrome de las referencias cambiantes y se identificó a mediados de los noventa en el ámbito de la gestión de pesquerías. Cada generación de especialistas en pesquerías aceptaba como referencia las capturas al inicio de su carrera y usaba ese nivel para evaluar cambios en las poblaciones de peces. El resultado de esta amnesia generacional es que el nivel de referencia se desliza de manera gradual, es decir, se olvida y acepta la desaparición progresiva de ciertas especies. En consecuencia, se establecen medidas de conservación con objetivos inadecuados.

Por otra parte, en este contexto se ha descrito una amnesia personal que consiste en un cambio en lo que se percibe como natural o bien conservado a lo largo del tiempo. A medida que el medio ambiente se va deteriorando sufrimos una adaptación a las nuevas condiciones, tendemos a identificarlas como naturales y nos olvidamos del estado en el que las conocimos. El resultado es el mismo que con la amnesia generacional, el nivel que se marca como objetivo va descendiendo y la cuesta abajo termina con la extinción de especies o la desaparición de ecosistemas enteros.

Por supuesto que los encargados de la gestión de la naturaleza sufren también esta amnesia cuando tienen que elaborar planes de recuperación de especies o de restauración de hábitats. Para que estas estrategias sean efectivas es imprescindible definir lo que se aspira a conseguir, sin embargo, los objetivos se establecen de manera subjetiva y en la mayoría de los casos bajo los efectos del síndrome de las referencias cambiantes.

La solución evidente frente a este cambio de percepción sería utilizar como referencia datos objetivos sobre la situación en el pasado de lo que se pretende conservar. El problema radica en decidir qué momento del pasado. Una solución simple podría ser tratar de volver a la situación natural, a las condiciones previas al inicio de la explotación o de la destrucción del hábitat. Pero es que en muchas regiones, Asturias entre ellas, la explotación de ciertas especies o la alteración del paisaje se iniciaron hace siglos y volver a ese estado no sería una meta realista.

Un problema añadido es que en la mayoría de los casos ni siquiera existen datos específicos del estado de conservación de la naturaleza en el pasado. Algunos investigadores sugieren el uso de referencias anecdóticas. Por ejemplo, un relato medieval sobre la pesca del salmón, o fotografías aéreas de la primera mitad del siglo XX que muestran la superficie arbolada permitirían al menos una aproximación al estado de conservación en el pasado.

La mayoría de los asturianos estaría de acuerdo en la necesidad de conservar nuestros recursos naturales. Pero ¿queremos, o podemos, recuperar el estado de conservación de la naturaleza asturiana de hace cincuenta, quinientos o cinco mil años? Una respuesta honesta a esta pregunta, es decir, establecer un objetivo para la conservación en Asturias, es el primer paso imprescindible para lograrlo. Y para esto habría que ser conscientes del problema que representa el síndrome de las referencias cambiantes, y luego trabajar sobre objetivos bien definidos.