Nos empieza a preocupar que el Ayuntamiento de Gijón estime que gobierna sobre una ciudad de amplias tragaderas, una ciudad crédula, o incluso mema. Unos ejemplos. Se organiza en la villa de Jovellanos un congreso denominado «Ecoplayas», que otorga unos trofeos, pero con la particularidad de que le asigna tres de ellos a la ciudad anfitriona, circunstancia que nos mosquea pues suena al colegueo de que «tú me organizas el sarao y yo te premio».

Dichos trofeos han consistido en que una determinada «bandera ecológica» luzca en las tres playas de la ciudad: San Lorenzo, Poniente y El Arbeyal. Pero aquí viene lo cómico: el congreso pinchó la bandera en el arenal de San Lorenzo el mismo día en que la concejala de Medio Ambiente, Dulce Gallego, reconocía que la principal playa del concejo necesitará un vertido artificial de 60.000 metros cúbicos de arena a causa de la ampliación de El Musel y los supuestos cambios en la dinámica marina de la bahía este gijonesa. En fin, que una playa que necesita tal cantidad de arena parece más bien una playa ecológicamente perjudicada. Pero no; ahí está la bandera recién concedida.

Otro suceso por el estilo, que también llega de la mano de la ecología, que sigue siendo la coartada por excelencia. La alcaldesa Felgueroso nos presenta un coche deportivo eléctrico, lo cual parece una contradicción en los propios términos. La máquina acelera de 0 a 100 kilómetros por hora en 3,9 segundos y cuesta alrededor de 90.000 euros. Es decir, estamos en un país en el que los coches eléctricos se venden con cuentagotas -a causa de su precio, entre otros motivos-, y nos pasan por las narices uno que duplica o triplica el precio de los que no se compran. Y ello sin contar con que el vehículo a voltios se considera por ahora destinado al tráfico urbano, ése en el que la aceleración en cuatro segundos para ponerse a una velocidad prohibida es justo lo que no se necesita. Hay que cogerse para no caerse.