Ha sido el «Día de la violencia de género». Estoy con ellas, con todas. Está claro que es la que más muertes origina, las del hombre hacia la mujer. Para mi desgracia, he visto muchos casos en los que ellas, absolutamente secuestradas emocionalmente, han aguantado la primera torta, la primera humillación, y tras ellas, a pesar de sus «te quiero, no lo volveré a hacer», han venido las palizas, las agresiones brutales, la sumisión total. Muchas mujeres llegan a creerse culpables y, cuando al fin se separan del maltratador, curiosamente suelen unirse a otros. Es como si la victimización formara parte de sus vidas. Hay que ayudarlas después del primero, porque no es extraño que vuelvan a tener relaciones destructivas; han quedado tan destrozadas que no son dueñas de su voluntad. Y todo, además, con un sentimiento de culpa que las inunda, porque siempre creen que el maltrato ha sido por algo que ellas han provocado. Son mujeres que no tienen la más mínima autoestima, y si no son tratadas adecuadamente, seguirán en esa cadena de autodestrucción. Dicho esto, también he visto muchos hombres maltratados. Si hablamos sobre todo del maltrato psicológico, diría que he visto muchísimos... Insultar a una mujer es una vejación, pero pienso que, en igualdad, lo contrario también lo es: palabras malsonantes, humillaciones, ridiculizar, y hasta abofetear, menospreciar. Eso ha sucedido y sucede todos los días en muchas parejas en las que la víctima es el hombre... y exactamente igual sucede con los niños. Tendrían ustedes que oír lo que yo oigo a diario. Esos padres que pegan con saña a sus hijos, pero que sobre todo los desprecian, los humillan y maltratan psicológicamente, lo que es igual de destructivo para su evolución. El «no sirves para nada, vas a acabar barriendo calles, eres un mierda, para qué te habré tenido, eres un perdedor, no vas a poder, nunca llegarás a nada», son frases que, repetidas constante y continuamente, hacen de ese niño una víctima de una violencia verbal y psicológica que, aunque no sea de género, le marcará para toda su vida. Ellos, los hombres y los niños, también callan, como ellas, porque igual que en la violencia de género se llegan a creer que lo que dice su maltratador o maltratadores es cierto. Y les da vergüenza... Y lo confiesan sólo cuando tú, como profesional, te das cuenta, cuando ves que algo pasa. Y lo hacen sin mirarte a la cara, con los ojos llenos de lágrimas, porque ya no son nada, son aquello que sus dueños quieren que sean... Por eso yo no institucionalizaría sólo el «Día de la violencia de género». Existe esta otra violencia, hacia el hombre, hacia los niños, o de los niños hacia los padres... En una palabra, necesitamos también el «Día de la violencia familiar», esa que se vive hoy en miles y miles de familias. Para concienciarnos, para ser su voz, para ellos que siempre están en silencio. También se merecen todo nuestro reconocimiento y apoyo. Para mí todos los días son su día.