A Martí Grau, antiguo eurodiputado.

Los pasados 3, 4 y 5 de noviembre formé parte, como único representante del Partido Socialista europeo, de la delegación parlamentaria que visitó oficialmente Albania. Presidió la delegación Eduard Kukan, de Eslovaquia, que lo hizo con prudencia y voluntad integradora.

Tuvimos sendas entrevistas con el primer ministro, con el líder de la oposición socialdemócrata, con la presidenta y la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo y, sobre todo, con los miembros de la Comisión de Asuntos Exteriores, la presidenta y la Mesa del Parlamento.

Los parlamentarios de la oposición albanesa quisieron reflejar ante los representantes del PE la corrupción que contamina esencialmente la vida sociopolítica y que afectaría incluso, a su juicio, al sistema electoral.

Pese a los esfuerzos de la diputada verde Marije Cornelissen, la democristiana alemana Doris Pack, los italianos Cancian y Silvestris, el francés Danjean y yo mismo, en consonancia con el presidente Kukan, para que se aprobase un documento conjunto PE-Parlamento albanés en el que se fueran salvando obstáculos a la futura, y aún lejana, integración, no fue posible por las disidencias insalvables surgidas en la misma representación albanesa, siempre con el malestar de la corrupción como fondo.

Por mi cuenta asistí también a la inauguración de la exposición de Antoni Clavé, que en la Galería Nacional colgaba la Embajada de España, introducida por una magnífica conferencia de José Francisco Ivars.

Nuestro embajador, Manuel Montobbio, fue capaz de lograr la presencia, a la vez, del primer ministro, Sali Berisha, y del alcalde, Edi Rama, artista él mismo, en un acto cultural español cuando ambos líderes albaneses ni se saludan. No en vano España, con acciones de este tipo, figura en el grupo de cabeza de los países atractivos para la opinión albanesa sondeada.

El viaje a Albania me produjo sabor agridulce. Por un lado, pude constatar el esfuerzo sincero e indudable de un pueblo y unos representantes políticos para terminar con los lacerantes rescoldos de la siniestra dictadura del no menos siniestro Enver Hoxha, y de otro, la necesidad de que depuren la corrupción denunciada, que puede lastrar su futuro en la escenas internacionales y económicas. También ha de superarse la «kanun»: costumbre arraigada, a la que se refieren las novelas de Ismail Kadaré, premio «Príncipe de Asturias», por la que una familia que haya tenido un asesinado se ha de vengar en la familia del criminal durante generaciones si encontraren a esos herederos fuera de la casa y del jardín propios. La venganza ha de ejecutarse con arma de fuego, lo que por muy ancestral que sea no puede ser práctica ritual inmemorial como me contaron mis interlocutores. Es, pues, una costumbre del siglo XV.

En cualquier caso, un reflejo de la magnitud del problema es que UNICEF planea la especial escolarización de un mínimo de trescientos niños que, debido a la tal «kanun», no pueden salir de su casa para asistir a la escuela.