Evoca «La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada», pero el suceso cuyo desenlace ha tenido lugar en la localidad pacense de San Serván no ha sido escrito por un Gabriel García Márquez en sus mejores horas, sino por una docena de miserables, entre rumanos y españoles. La niña prostituida por su abuela en la novela del colombiano, arrastrada por desiertos y galpones, por esteras y barrizales, tenía la misma edad, 14 años, que esta que ha sido rescatada por un policía local del antro donde proxenetas y clientes la tenían secuestrada, violada, escarnecida y rota. 14 años que, según el guardia Pedro José, su salvador, parecen 12, y un pánico y un desamparo que le parecieron infinitos cuando la halló en su cárcel.

La historia, triste pero creíble según andan los tiempos, es la de la niña de familia acomodada que se prenda de un chulo, de un delincuente, que se la lleva con él a un cuchitril de un pueblo remoto, donde la fuerza a ejercer la prostitución entre los lugareños. Secreto a voces, pues el pueblo es pequeño y el raptor, de nacionalidad rumana, la entrega al que quiera por 18 o 20 euros, y la pasea, al anochecer, vestida de ramera antigua como reclamo. La niña, en estado de choque permanente, ha pasado tres meses en esa situación terrible, obligada a copular con indeseables cuyo hedor físico y moral es improbable que olvide nunca. Pero siendo todo eso espantoso, tanto o más lo es, si cabe, que el juez interesado en el asunto haya dejado sueltos a los clientes españoles, conformándose con ordenar prisión para el criminal rumano y sus cómplices. Semejante providencia no sólo repugna, pues tan culpables son éstos como aquéllos, sino que se ha cobrado la vida de uno de los violadores, un antiguo concejal del municipio, que se ha volado la tapa de los sesos con su escopeta de caza al ser puesto en libertad con cargos.

La pobre niña ha retornado a su casa, a su familia, pero búsquense por las carreteras, tras los sórdidos neones de los lupanares, a las miles de Eréndiras que fueron un día y que siguen esclavas de su infortunio y de nuestro desprecio.