El estado de alarma ahí sigue cuando, la verdad, sólo existen dos alarmas en España, la que nos asalta a todos -menos a los jerarcas socialistas y sus lujosos privilegios- por la terrible crisis económica que estamos padeciendo y la que aterroriza a los jerarcas socialistas que van a perder hasta la camisa en las próximas elecciones del 22 de mayo. ¿Por qué, entonces, se mantiene esa extrañísima alarma oficial, salvo que se trate de un instrumento precisamente para alterar la normalidad, por no decir la normalidad democrática?

Tras la alarma, la guerra del tabaco, que es puro humo para enfrentar a los ciudadanos e incentivar a los chivatos, y la ley integral de Igualdad de Trato y No Discriminación que ayer anunció la ministra Pajín diciendo que pretende que «nadie pueda sentirse humillado por razones de nacimiento, raza, sexo, convicción, discapacidad, edad, religión, identidad sexual o enfermedad». Una ley que invertirá la carga de la prueba, de manera que si a usted lo acusan de humillar a quien sea debe demostrar que no lo ha hecho y si no lo consigue, para Villabona de cabeza. Bonita forma de ir preparando las celebraciones por los doscientos años de la Constitución de Cádiz que abolió la Inquisición, especialista en delaciones y en invertir la carga de la prueba, además de maestra de torturas y tal y tal y tal.

A mí todo esto no es que me dé muy mala espina, es que me lleva a pensar directamente en lo peor, que, claro, no mencionaré porque no quiero acabar en la cárcel. Cuidado que las encuestas son tremendas para la gran familia progresista, y no digo más porque puedo humillar a los protoderrotados y a chirona. Ni mu, oiga, ni pío, que en Asturias encima los va a ganar Álvarez-Cascos... bueno, perdón, compañeros, no me di cuenta de que estamos en estado de alarma, ejem, ejem, y que cualquiera me puede acusar de fumar un Farias, mismamente en el bar de la esquina, y adiós, mundo cruel.