Prestigiosos científicos norteamericanos han demostrado que la variable más importante para explicar la longevidad de los ciudadanos es el tipo de trabajo que realizan. Por lo tanto, somos lo que trabajamos. Nuestra felicidad, además de otras variables como el humor o la salud, depende de ello. Quizás la trayectoria laboral sea un buen indicador del conjunto de nuestra vida. Incluso de su fin, ya que el 21% de las muertes cardiovasculares se atribuyen a problemas en el trabajo.

Todo nuestro ciclo vital gira alrededor del empleo. El de nuestros progenitores, que condiciona nuestro nacimiento o el desarrollo durante la infancia y, como señala la evidencia en el acceso a la Universidad, nuestras posibilidades a la hora de acceder y progresar en la educación. Ya en la madurez, el empleo condiciona nuestro tiempo personal, un espacio donde los trabajadores del conocimiento ya están conectados a la red las 24 horas del día, mezclando tareas, aficiones y amistades reales o virtuales.

El empleo explica la mayor parte de los derroteros por los que discurre nuestra vida, y no falta quien cree que puede planificar su futuro, o el de sus hijos, mediante la selección de una carrera profesional. Así, solemos volcar innumerables frustraciones en nuestra descendencia por la ambición personal de querer imponerles una vida distinta. A quien solemos culpar de ello es al empleo. Sin embargo, esta labor cada vez es más difícil; si hace cincuenta años una licenciatura en Derecho o una Ingeniería eran un pasaporte a una vida distinta, hoy en día los gurús predicen que las profesiones más demandadas en 2020 todavía no existen, y ponen unos ejemplos que espantarán a los padres más conservadores: holografistas, brokers de talento, tecnoagricultores...

Como estamos empeñados en desmantelar la sociedad industrial, los puestos de trabajo del futuro se relacionarán, según la Future Foundation, con tres grandes clases de servicios: la creatividad, la gestión de recursos humanos y el tratamiento de información e innovación. Si usted es joven, se preguntará: ¿estoy a tiempo de anticiparme? Si usted es padre, se preguntará: ¿qué mundo etéreo estamos construyendo para nuestros hijos?

Relájese, los científicos acaban de descubrir que nuestra carga genética es lo más determinante en la vida profesional. En un artículo del otoño pasado, el semanario «The Economist» presentaba diversos estudios, nada pacíficos -digámoslo todo-, realizados con gemelos que concluían la influencia genética en la elección de una profesión y su grado de satisfacción, movilidad o hasta en su correcto desempeño. O sea, que el sueldo depende también del ADN. El profesor norteamericano Scott Shane considera demostrado que el 40% de las variaciones salariales puede atribuirse a la genética. ¡Bueno! Siempre nos queda el 60% restante: el entorno en el que hemos crecido o las enseñanzas recibidas.

Más aún: Richard Arvey, director de la Escuela de Negocios de la Universidad Nacional de Singapur, analizó con precisión cómo los genes interactúan con entornos para crear el afán emprendedor y la capacidad de guiar a otros. Su estudio -de 1.285 pares de gemelos idénticos y 849 pares de hermanos- sugiere que los genes ayudan a explicar, por ejemplo, la extroversión sólo en las mujeres. Por lo visto, en los hombres esta característica se inculca por el medio ambiente. «The Economist» concluye irónicamente: «Al parecer, las empresarias nacen, pero los hombres de negocios se hacen». Sin comentarios.

¿Pueden utilizarse pruebas genéticas para seleccionar trabajadores? La película «Gattaca» muestra en su crudeza este escenario futurista. Hoy, muchos empleados son contratados tras superar pruebas de personalidad ¿Veremos algún día procesos de selección de personal con análisis hormonales? Como, por ejemplo, la oxitocina, que influye en la confianza, o el cortisol, que afecta a la evaluación del valor temporal del dinero, o la testosterona, relacionada con la tolerancia al riesgo y el emprendimiento.

En un raro ejemplo de la anticipación legislativa, los políticos de muchos países han previsto y resuelto el problema. En 2008, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la ley de no discriminación por información genética, prohibiendo su uso en la contratación de personal. Medidas similares han sido adoptadas en varios países europeos.

Los malpensados creerán que si se hubiera permitido su aplicación, también podría ser exigida en los procesos electorales. Imaginen que se obligase a la divulgación de esos análisis de los candidatos. Ya veo la propaganda: «Vote al Ciudadano Kane: buen cortisol y alta testosterona para una gestión eficaz».