Tras la felicísima convención del Partido Popular de la semana pasada en Sevilla, la del PSOE que acaba de celebrarse en Zaragoza no ha sido menos dichosa. En un arranque de generosidad total, José Luis Rodríguez Zapatero ha rogado que se hable de España y no de él. Como estamos próximos a celebrar el trigésimo aniversario del 23-F, no está mal recordar aquella frase que le grabaron al después imputado García Carrés en la jornada de autos, cuando trataba de mantener alta la moral de Tejero y le telefoneó al Congreso: «¡Es España, coño!».

¡Es España, hombre!, clama Zapatero, y no pretendemos realizar ningún paralelismo con la intentona golpista, por mucho que Rajoy asegure que el Gobierno está de «okupa» a los mandos de la nación, ya que ésta tiene sed de elecciones. Lo simpático del caso, por no decir trágico, es que fue el propio Zapatero quien el pasado diciembre abrió personalmente el melón de su futuro, cuando confesó a unos periodistas que ya había confiado a su mujer y a un miembro del partido lo que iba a hacer con su huesos, y por extensión, con España.

Así que la agitación ha sido tremenda en el PSOE durante las últimas semanas, con Rubalcaba siendo lanzado hacia la sucesión. Sin embargo, la boyante convención zaragozana ha producido el milagro de que los cabezaleros del partido y de las comunidades autónomas presididas por el PSOE hayan cubierto unánimemente a Zapatero de elogios. Como suena. Está claro que, como ya se había comprobado con la convención del PP, estos aquelarres tienen efectos alucinatorios, pues hace bien pocas fechas que prominentes socialistas veían estrellado al partido en las próximas elecciones de mayo.

Ahora se ha producido un sosiego que a ver cuánto dura. Probablemente sea la tregua necesaria para que los socialistas se concentren en sus respectivas y difíciles campañas electorales y el Presidente pueda recibir a la Merkel, no con cara de culpable, sino de líder alabado que dice haber reeditado los pactos de la Moncloa, lo cual no es más que otra fantasía presidencial.