Se ha abierto el debate sobre si en Libia nos hemos metido en una guerra y si con ello Zapatero se desmiente a sí mismo, al abrazar ahora lo que rechazó en Irak. Es un debate de consumo interno y electoral, pero aún así conviene aclararlo, y las precisiones a hacer son por lo menos tres. Una: sí, aquello es una guerra. Dos: es una guerra entre libios en la que la coalición ayuda a una parte. Tres: la ONU.

Vamos con la primera. Desde el principio, los rebeldes ocupan una parte del país. La defienden, entre otras, con armas procedentes de unidades del ejército que se han pasado a su bando. Cuentan con jefes militares que intentan organizar el embrollo. Enarbolan una bandera distinta y propia. Disponen de un remedo de gobierno o, por lo menos, de un ente institucional que ha recibido apoyo internacional ante la justicia de sus motivos. Tienen embajadores. Y ahora mismo están conquistando territorio. Cuando se ven las columnas heterogéneas de vehículos lanzacohetes, furgonetas con ametralladoras atornilladas a la caja y combatientes con kalashnikov, pero sin uniforme, uno piensa que aquello es el ejército de Pancho Villa, pero es un ejército al fin y al cabo, en guerra con otro ejército. El ejército de la libertad contra el ejército del terror. En Irak había una dictadura sangrienta, pero no una guerra: esta empezó con la ofensiva aliada.

Vamos con la segunda: en esta guerra entre libertad y dictadura, esta última tenía todas las de ganar, porque Gadafi disponía de muchas más armas, unidades de élite y dinero para pagar mercenarios. Y disponía de la aviación, que machacaba las posiciones rebeldes como preparación de la conquista terrestre. La coalición internacional ha modificado el panorama. No sólo con la exclusión aérea, que impide los bombardeos de posiciones rebeldes, sino con la destrucción de armas terrestres, como carros de combate y lanzacohetes, e incluso de centros de mando. No ha puesto pie a tierra, pero con su intervención han variado substancialmente el reparto de fuerzas a favor de los rebeldes, y con ello ha hecho lo que Beltrán du Guesclin cuando sujetó a Pedro el Cruel para que Enrique de Trastámara le derrotara en el combate que les enfrentaba cuerpo a cuerpo. Dijo entonces Du Guesclin el famoso: «Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor», y cambió la dinastía castellana. Así actúa también la coalición, que tiene partido tomado.

Y vamos por fin con la tercera: la ONU. La intervención de los coaligados en la guerra de Libia cuenta con el respaldo explícito de Naciones Unidas, lo que no se dio en la invasión de Irak. Este es un detalle que no conviene ningunear. Sin embargo, cabría discutir si dar ventaja a las milicias rebeldes forma parte del mandato, ya que la resolución sólo contempla el uso de la fuerza para imponer la exclusión aérea y para proteger a los civiles. Una lectura amplia puede llevarnos a pensar que la mejor protección de los civiles es acabar lo más pronto posible con el régimen de Gadafi, y de lecturas amplias están las guerras llenas.