Me entero con regocijo de que el Consejo de Ministros le ha otorgado a Juan Tamariz la medalla de oro al mérito de las Bellas Artes, y así como entre la fronda de motivaciones que inspiran este tipo de reconocimientos suelen aletear razones inconfesables (lealtades ideológicas, populismo, cuotas de poder cultural, etcétera), en este caso creo que es una medida oportunísima y digna de unánime aplauso.

Pocas personas del mundo del espectáculo me han dejado tanta huella en la infancia (aunque sigue asombrándome actualmente) como este mago madrileño que desde la vieja pantalla en blanco y negro, con apariencia de Mortadelo disfrazado de feriante, nos dejaba perplejos con sus juegos de cartas, un humor chispeante y el toque de un imaginario violín (chantatachán).

Pues bien, la magia es sueño, me gustaría imaginar su actuación si fuere elegido máximo gobernante del país. ¡¡¡Pasen y vean!!!

Como público, sería de esperar, como de todo político, que nos ofrezca ilusión y que fascine, sin decepcionar a su público, esto es, a los ciudadanos. Nada de magia negra ni chapuzas.

Para empezar estaría bien un truco de esos clásicos de piense un número, por ejemplo, cinco millones (de parados) y que sin acudir a manipulaciones de datos de estadísticas oficiales lo convirtiese en un número increíblemente inferior.

También me gustaría que hiciese aparecer de la chistera el escamoteado recorte en la nómina de los empleados públicos. Un truco buenísimo de la mano de un decreto ley, aunque seguro que un buen mago no requiere de esos artificios para la reaparición.

Sería magnífico que con un serrucho trocease aquellos órganos de las administraciones públicas que no tienen otra razón de existir que la subsistencia de sus titulares, aunque maliciosamente me gustaría que el mago se olvidase de cómo recomponerlo.

Y no digamos, si baraja y corta el mazo de los partidos políticos y nos muestra cómo siempre se las arreglan los ases y los «comodones» para quedar en los mejores lugares.

Por si alguien no lo sabe, Tamariz también domina el malabarismo, y me encantaría verle voltear y hacer equilibrios con las fusiones bancarias, con las comunidades autónomas o evitando tropiezos entre el Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo.

Para terminar, me encantaría el viejo truco de las monedas y que los bolsillos de los espectadores se llenasen de ellas por arte de birlibirloque para poder llegar a fin de mes.

Entonces aplaudiríamos a rabiar, puesto que, lo que más agradaría de Tamariz como político sería que, si os fijáis, siempre tiene las mangas subidas y las «manos limpias». Limpieza y sin trampas, sólo inocentes trucos. Y además, muy importante, se va del escenario al acabar la función, no se queda y sigue aferrado a su poder seductor, como muchos políticos que se resisten a abandonar la poltrona, emulando al conejito de Duracell.

No hay que olvidar que Juan Tamariz es mago «de cerca», por lo que siempre estaría próximo al pueblo. Personalmente, me asombran los trucos de grandes artificios que hacen desaparecer elefantes o aviones, estilo David Copperfield, pero no tienen mucho mérito, ya que, por ejemplo, bajo la luz mediática apropiada, la dura labor instructora llevada a cabo por muchos jueces se presenta a la opinión pública como una montaña de indicios, prisiones provisionales, fianzas ingentes, envuelto en miles de folios y, súbitamente, todo desaparece por ensalmo bajo palabras mágicas como «sobreseimiento», «archivo» o «prescripción».

Pero la realidad se impone y al despertar de tan bello sueño, nada mejor que meditar sobre una conocida frase de Woody Allen: «El mago hizo un gesto y desapareció el hambre; hizo otro y desaparecieron las injusticias y las guerras. El político hizo un gesto y desapareció el mago». Esperemos que la tozuda realidad no nos haga perder la ilusión en un mundo mejor.