Los sentimientos religiosos y la misma idea de Dios tienen su origen en el cerebro, siendo ambos elaborados a partir de procesos mentales más básicos y primitivos. Incluso se sabe la zona del cerebro donde se localizan estas ideas y sentimientos. La existencia de una zona cerebral específica asociada al sentimiento religioso constituye para algunos un argumento a favor de la existencia de Dios, pues Éste fija en el cerebro su huella para favorecer su conocimiento y el impulso de llegar hasta Él. En cambio, para otros, tal hecho confirma que la revelación divina es sólo un producto más de la actividad cerebral que carece de correlación real más allá de esa actividad. Sea como fuere, no es fácil entender ninguna sociedad sin conocer el factor religioso que hay en ella. Si no existiese la tradición religiosa, entendida en un sentido amplio, cabría preguntarse, qué experiencia o qué situación nos haría inventar el concepto de Dios.

El antropólogo Pascal Boyer sostiene que el pensamiento religioso representa la línea de menor resistencia de nuestro sistema cognitivo («Nature», n.º 455). Así, una actitud incrédula de un científico exige un gran esfuerzo racional para comprender el mundo, mientras que la idea de Dios se propaga y se mantiene mucho más fácilmente. Adicionalmente, considera que la defensa firme e intransigente de un solo Dios facilita la vía expansiva y agresiva del hombre. Quizá por esto el islam mantiene su actual expansión, mientras que el catolicismo y por extensión el cristianismo, que se encuentra domesticado por la democracia, se ha vuelto comprensivo (aunque no siempre lo fue, pues basta recordar a modo de ejemplo la Inquisición) y ha entrado en decadencia.

Las investigaciones científicas en psicología cognitiva, neurobiología y antropología han revelado que la mayoría de creyentes, independientemente de cuál sea su culto, tienen interiorizado un modelo muy antropocéntrico de Dios. Las creencias subconscientes de las personas religiosas de cualquier credo son extraordinariamente parecidas: los agentes sobrenaturales ejercen un control constante del comportamiento moral de la persona (Sampedro, «El País», 23/2/2009).

Con frecuencia se olvida que islam y cristianismo son religiones monoteístas abrahámicas que comparten el mismo Dios (Alá significa Dios) y los principales dogmas. En ambas religiones habrá un juicio final por parte de Dios, que en las versiones del islam más difundidas, estará acompañado por Jesús en calidad de asesor, el cual está al lado de Alá desde su crucifixión. Después de dicho juicio final, según el islam, el alma humana terminará en uno de los cuatro estados siguientes: en la condena eterna, equivalente al infierno católico; en la salvación eterna, similar al cielo católico; o en otros dos estados intermedios, equivalentes al limbo o al desaparecido purgatorio católico.

En ambas religiones se habla del Apocalipsis o fin del mundo, descrito de forma similar como el punto final de un cataclismo general precedido de multitud de hechos extraños y horribles. Igualmente, ambas religiones consideran la resurrección de los muertos, materializándose en las dos en un cuerpo que será incorruptible.

Según indica Pascal Boyer, los ritos religiosos, aunque a priori parecen muy distintos entre culturas y/o religiones, pertenecen todos a una clase de comportamientos rituales constantes en la especie humana. Se basan siempre en actos arbitrarios, obligatorios, ejecutados en un orden rígido, desligados de objetivos prácticos obvios.

En nuestra sociedad a menudo se oyen críticas muy duras contra el islam, gran parte de ellas provenientes de católicos. Cuando se piensa con cierto detalle en el fundamento de tales críticas y se hace una visión histórica de la evolución de ambas religiones, se da uno cuenta de que dichas críticas no se basan en la realidad histórica ni, menos aún, en los planteamientos psicológicos y antropocéntricos del fenómeno religioso.

Las coincidencias entre islamismo y catolicismo no se limitan a los dogmas fundamentales, sino que transcienden las creencias populares y las manipulaciones de las masas que provocaron a lo largo de la Historia (F. Reinares y A. Elorza, «El nuevo terrorismo islamista», Temas de hoy, 2004).

Existen otros temas en los que actualmente existe gran coincidencia entre los planteamientos de la Iglesia católica y el fundamentalismo islámico como los relacionados con el aborto o la planificación familiar.

Hay algo más general y que merece la pena resaltar en relación con las similitudes entre catolicismo e islam. Las religiones sin dios como el confucionismo, el taoísmo o el budismo proclaman la necesidad de la no violencia, mientras que las monoteístas han sido en gran medida defensoras de las guerras. Dejando al margen las guerras religiosas, y centrándonos sólo en los últimos años, podemos citar en este sentido la Guerra Civil española, la de Yugoslavia, la de católicos y protestantes de Irlanda del Norte, la de hutus y tutsis en África, las de Oriente Próximo entre judíos y musulmanes, las de hindúes y musulmanes en Cachemira e India, las de budistas e hindúes en Sri Lanka.

Lo anterior nos lleva a pensar que más que estar ante dos religiones que admiten ritos distintos, nos encontramos en etapas de evolución social diferentes en cada una de ellas; de forma que, en costumbres sociales, la actual «sharia» o ley islámica podría equivaler al catolicismo de hace unas cuantas décadas.

Hay otro aspecto de gran coincidencia entre ambas religiones, que es la consideración y trato hacia las mujeres, pero este tema lo dejaré para desarrollarlo un poco más en otro artículo.

En resumen, pese a las aparentes diferencias entre catolicismo e islam, se trata de dos religiones muy similares tanto en sus fundamentos doctrinales como en sus ritos e imposiciones sociales.