La campaña electoral desafía las reglas de la matemática. Todos cuentan con la victoria y si sus pronósticos se cumplieran, se cubrirían diez veces el número de cargos electivos disponibles. Todos prometen más gasto social y menos impuestos. La cuadratura del círculo. Todos se consideran en condiciones de traducir sus programas en presupuestos y, siguiendo el ejemplo bíblico, capaces de «multiplicar los panes y los peces» en tiempo de crisis. En suma, muchas palabras y un festival de números y magnitudes económicas que según la manipulación electoral pueden venderse como victorias o reprocharse como fracasos.

Pese a esta dimensión matemática del poder, siempre me ha llamado la atención cómo pueden manejar enormes presupuestos algunos alcaldes, consejeros o directores generales que «cuentan con los dedos»? y no siempre aciertan. Es verdad que cuentan con asesores y funcionarios para ello, pero hasta para comprender el mensaje e informe del asesor, y decidir en consecuencia, hay que tener unas mínimas nociones. De hecho, no son pocas las interpelaciones parlamentarias o de los tribunales de cuentas que al solicitar información sobre determinadas partidas de gastos se tropiezan con la respuesta del alto cargo al mejor estilo del Gran Capitán: «Entre picos, palas y azadones, mil millones».

Todavía recuerdo cuando el presidente Zapatero, en anécdota que sin duda podría predicarse de la mayor parte de los presidentes, en una sesión parlamentaria confesó por lo bajinis su dificultad para entender la materia presupuestaria del Estado a su asesor económico, a lo que este replicó con un susurro tranquilizador pensando que los micrófonos estaban apagados «Lo que necesitas saber para esto son dos tardes».

Claro, que también contamos con la cercana excepción del presidente Álvarez Areces, profesor de matemáticas de Enseñanzas Medias, condición que le será útil para despejar las incógnitas del futuro que se abre a todo político veterano.

Y dando un salto espacial, no podemos olvidar a Lee Hsien Loong, actual primer ministro de Singapur, graduado con honores en Matemáticas por la Universidad de Cambridge, y en Administración Pública por Harvard. Así se explica que perciba las retribuciones más altas de todos los presidentes del mundo, cercanas a los tres millones de dólares anuales. No me extraña que precise de las matemáticas para el recuento de tamaños emolumentos.

Otros casos no son tan meritorios, como el de Alberto Fujimori, expresidente de Perú (1990-2000), quien ostentaba la condición de catedrático universitario de Álgebra y se ve que sumar (mercenarios), restar (garantías), multiplicar (patrimonio) y dividir ( enemigos) le dio buen resultado a corto plazo.

Pero lo que auténticamente maravilla es cuando descubrimos los entramados de corrupción de cargos públicos que revelan proezas de ingeniería financiera y trasiego de cuentas bancarias y dinero en cuyos entresijos se maneja el truhán con dominio de la disciplina de Leibniz. Por eso no tendría mal perfil de gobernante el matemático Grigory Perelman, que tras resolver la conjetura matemática del siglo renunció al jugoso premio en metálico ( un millón de dólares), pues bastante mérito para la política es la indiferencia frente a los bienes terrenales.

Sin embargo, la última operación matemática que me ha maravillado, relativa a la sentencia del «caso Bildu», o cómo la Sala del 61 del Tribunal Supremo ha visto revocada su decisión por la que me atrevo a bautizar Sala del 65, ya que el Tribunal Constitucional ha tomado su decisión con seis votos frente a cinco en contra, proporción y bloques que es fácil presumir se repetirán en el futuro en decisiones cruciales.

En fin, la matemática todo lo inunda. No dejo de recordar una divertida anécdota de mis años de bachiller escolapio en que el entrañable profesor Jesús Espías, dotado para las matemáticas con «una mente maravillosa» propia del Nobel de Economía John Nash, nos explicó gráficamente la regla de tres: «Si eres blanco, tu mujer es blanca y tienes un hijo amarillo, puedes inferir que tu vecino es chino».