Toda la prensa se ha referido al 75.º aniversario de la guerra civil, o incivil. Nadie, sin embargo, ha dado la auténtica importancia que, en el resultado final, tuvieron los acontecimientos sucedidos en Asturias.

En el 50.º aniversario yo era alcalde de Oviedo y me acerqué íntimamente a dejar flores en Santa Clara, cuartel de la Guardia de Asalto el 19 de julio de 1936 y donde se libró hasta las diez de la mañana del lunes 20 una importante confrontación. A esa hora se produjo la alevosa muerte del comandante Ros, que previamente se había rendido, en una pequeña historia mal conocida por las generaciones posteriores. En aquella mi primera Corporación municipal pude apreciar, hecho significativo y superador de ancestrales belicismos, que la mitad de los progenitores de los ediles populares había estado del lado republicano, mientras que la mayoría de los que éramos socialistas teníamos padres adheridos a los llamados nacionales.

Oviedo fue decisivo por el levantamiento del coronel Aranda, y, sobre todo, en octubre de 1936, con la batalla de la Loma del Canto, punto geográfico apenas perceptible hoy al sureste del restaurante Casa Lobato. La absurda obsesión republicana de celebrar el segundo aniversario de la Revolución del 34 tomando «café en Peñalba» llevó a la perdición mal dirigiendo fuerzas sin valorar lo que invariablemente, desde época militar bien primitiva, eran las características de una ciudad sitiada.

Aranda burla al Comité del Frente Popular, saca a los mineros del centro de Oviedo en trenes «para defender Madrid» y concentra a los guardias civiles de la región, salvo los de Gijón y una parte de Langreo. Los conspiradores estaban, sin embargo, dispuestos a matar a Aranda si no se sublevaba, encomienda que había caído en suerte en el comandante Sangüesa. No se comprende cómo unos y otros no valoraban la implicación del propio Aranda en los sucesos golpistas de la Sanjurjada de 1932. Caballero, con cuyo carisma se identificaron en seguida los sublevados, dudó incluso de incorporarse, pero terminó haciéndolo tomando Santa Clara con el teniente Rodríguez Cabezas, al frente de los guardias civiles recién llegados a Oviedo. La presencia de Moutas, diputado de la CEDA, y del propio Cabezas junto a Aranda, habría convencido a Caballero del propósito definitivo del coronel. A las nueve de la noche del mismo domingo, Caballero detuvo al gobernador Liarte Lausín, leal a la República, en la actual Jefatura de Policía de las calles Gil de Jaz/General Yagüe.