Todo quisque ha sido «fan» de alguien. Todos hemos tenido un ídolo merecedor de nuestra admiración (como soy un antiguo, confesaré los míos: Herrerita en el fútbol, Antonio Bienvenida en los toros y, en política, don Melquiades Álvarez).

Una cosa es la adoración reverencial y otra creer que el ídolo es un taumaturgo. Es decir, el que hace milagros, prodigios y maravillas rayanas en lo irreal.

Los seguidores de José Tomás atribuyen al galapagareño, además de una atractiva tauromaquia, dominio de la utopía.

La crisis que padece la hostelería se soluciona, según algunos, con un par de corridas en cualquier feria taurina. Vendrían vuelos charter de todo el mundo mundial, los hoteles se colmarían de huéspedes y los restaurantes de comensales. El taumaturgo haría que en Gijón soplase el nordestín y diera luz a este verano tan otoñal, tan invernal, tan garrafal.

José Tomás en la Feria de Muestras sería capaz de atraer grandes operaciones mercantiles que añadir a las ventas de bocatas de calamares. José Tomás vino, por fin, a Gijón, llenó el aforo del Bibio, toreó, y fuese. Pero de taumaturgia nada. Otro verano será.

La afición es tan voluble que, tal vez, el futuro ídolo no se llame así, ni haya nacido en Galapagar.

Pudiera ser un «crack» del balón y ni siquiera lo habrá traído a este Gijón (del alma) la empresa Zúñiga.