La llamada «primavera» del norte de África comenzó el pasado invierno con las manifestaciones en la Tunicia contra Ben Ali y su familia, quienes gobernaban el país desde hacía un porrón de años. Siguieron luego las concentraciones en Egipto, también en Yemen, en Jordania, en Marruecos, en Siria. Y llegó la guerra de Libia.

Han pasado más de seis meses y estamos a punto de alcanzar el «otoño» de esas revoluciones y las cosas han cambiado poco en la zona. Los ríos de tinta que llenaban páginas y páginas, las conexiones en directo de todas las televisiones del mundo, la gran cantidad de reportajes hechos en los medios informativos se han quedado en casi nada. Las esperanzas de implantar regímenes democráticos en todos esos países eran enormes y esas expectativas alegraban las informaciones de la red. Pero finaliza el «período de gracia», la situación desaparece de los medios y no hay señales de que las cosas hayan cambiado.

Otros fuegos han apagado las brasas del sur del Mediterráneo. La situación económica del Primer Mundo, el increíble atentado perpetrado en Noruega y la incendiaria situación de los barrios londinenses, entre otras, han relegado la información sobre esos territorios de influencia musulmanas a noticias esporádicas. Pero sus habitantes no han cambiado mucho de vida política y mucho menos social o económica.

En Túnez continúan en la cúpula del poder, en las escalas superiores de la política, los segundos o terceros en el escalafón existente hace seis meses. Los Ali siguen en su refugio arábigo y no parece pronta su puesta ante la justicia. Lina ben Mahnni, la bloguera que alertó al mundo desde allí, señala que «la decepción aflora» entre la gente. En Egipto sucedieron a Mubarak los generales que lo sostuvieron durante años y que «intuyeron» el agotamiento del régimen totalitario que sostenían. Fueron dominando las concentraciones de protesta, pero pasado un semestre la situación no avanza hacia un sistema democrático.

En Libia la contienda se enquista, Gadafi se mantiene en el poder, quizás en situación precaria y perdido parte del territorio que dominaba, pero sus opositores, a pesar del apoyo del Ejército de la OTAN, se encuentran en similar situación que el dirigente al que pretendían derrocar. Y, además, con gran división interna, sin unos jefes definidos y un apoyo discutido de una población que nunca fue un país integrado, sino más bien una agrupación de tribus enlazadas por un poder ancestral.

En Marruecos ha habido concesiones y una aproximación a la democracia, pero sin llegar a ella, en Argelia la represión impidió las reivindicaciones en las plazas, el caos del Yemen es inenarrable y la corrupción del poder casi insuperable, en Jordania y Bahrein la calma es tensa y temporal por las concesiones gubernamentales y hasta en Israel hay multitudinarias manifestaciones de «indignados». Entre el Peloponeso, Sicilia o Andalucía y el Atlas, el Sahara o el delta del Nilo hay un mar lleno de luz, pero pocas ideas comunes. Y la primavera de Siria avanza hacia un invierno tenebroso, sembrado de sangre, de terror y de miedo. A Bashar al-Asad parece temerle hasta la ONU.