Aires de final de régimen en el desfile de ayer del Día de la Fiesta Nacional. Después de ocho años dirigiendo un país en el que no creían y de sumar barbaridades era obvio, en los rostros de los que ocupaban las tribunas al paso de las unidades militares por la plaza de Neptuno de Madrid, que pronto todo va a cambiar aunque, al menos a mi, me quedan dudas: ¿las novedades van a ir más allá del gambito de rostros y nombres?

Desde aquella primavera de 2008 en que desapareció unos días y regresó siendo otro, es de temer que Rajoy tenga un pacto con ciertos poderes fácticos supranacionales que mueven los hilos clave, según el cual heredará la gobernación -y está a punto- con la condición de dejar las cosas como están. España seguirá siendo Expaña.

La hoja de ruta dicta recomponer la economía pero ni soñar en reconstruir la nación.

El Banco Santander acaba de anunciar que liquidará su patrimonio inmobiliario incluso a pérdidas, rompiendo el goteo a la baja del precio de los pisos para, presumiblemente, acelerar su caída hasta el suelo que marque el mercado no el falso suelo que hasta ahora imponía el cartel de propietarios.

Es una señal de cambio importantísima que preludia la era Rajoy: ajustes y más ajustes con la calle incendiada y los socialistas prestos desde el primer día para asaltar de nuevo el poder.

Los social afrancesados se van tras ser responsables de los peores gobiernos nacionales -antinacionales desde Fernando VII, que fue el colmo de la traición a España por venta a Francia-. La perplejidad se reflejaba en los rostros durante el desfile. ¿Y ahora qué?

Con los marciales soldados por las calles de la capital volví sobre la gran noticia de este otoño: Grecia acaba de comprar 400 carros de combate. Si no tienen ni para una pistola de balines ¿cómo piensan pagar esa factura?, ¿qué guerra están preparando a la desesperada?, ¿qué demonios está pasando?