Estamos noqueados por la crisis económica y se nos ahoga entre dudas e incertidumbres el último comunicado de ETA. Es posible que nos haya pasado desapercibido el acontecimiento de Asís que, invitados por el Papa Benedicto, reúne a los representantes de las comunidades cristianas y de las principales tradiciones religiosas del mundo para orar por la paz y la justicia en el mundo, cada uno según su propia creencia y mística.

Se quiso celebrar así el XXV aniversario del primer encuentro que por iniciativa carismática, convocó el Papa Juan Pablo II el 27 de octubre de 1986. Estaba en plena tensión la «guerra fría» y el peligro de una guerra nuclear.

Cuenta ahora el nonagenario cardenal Etchegaray, que en aquellos años era el presidente de la Pontificia Comisión Justicia y Paz y organizador de ese primer encuentro, que el Papa Juan Pablo había recibido unos meses antes una petición del físico nuclear alemán Carl F. von Weizsäcker para que hiciera algo, desde su rango de personalidad religiosa más conocida y prestigiada en el mundo, para detener el peligro atómico y hacer un llamamiento a la paz. Este cientifico prestigioso, uno de los sabios de los nazis que trabajó en el descubrimiento de la bomba atómica que a punto estuvo de obtener aquel régimen perverso y genocida y que perteneció al grupo de sabios alemanes que se repartieron las potencias aliadas, dio después un giro radical en su vida asombrado y aterrado por la destrucción que la ciencia mal empleada podría causar. Fue un infalible pacifista. Discípulo de Heisenberg, desde 1970 dirigió, juntamente con Habermas, el Instituto Max Planck, institución pionera de gran crédito, que investigaba «las condiciones de vida del mundo técnico-científico». Como tal, dirigió su súplica al Papa Wojtila.

No la echó en saco roto. Desde el mismo lugar, en la misma fecha y con la misma sorpresa que Juan XXIII, convocó el concilio Vaticano II, el 25 de enero de 1959, en la Basílica de San Pablo Extramuros, en la fiesta de la conversión del Apóstol de los gentiles, diecisiete años después, anunció que estaba tramitando consultas para invitar a un encuentro en Asís, por el valor simbólico de fraternidad universal de este lugar, a todos los responsables de las religiones cristianas y no cristianas del mundo. Como al Papa Juan «el bueno» no le faltaron en seguida las críticas y reticencias, principalmente de la Curia Vaticana y de grupos ultraconservadores y anti-Concilio Vaticano II, como los insoportables lefrevianos. Alertaron, preocupados y desconfiados, del peligro de sincretismo. El evento podía dar la impresión de que todas las religiones son iguales. Nunca nadie había tenido tal iniciativa de reunir para dialogar o rezar a todas las religiones que algún gen o cromosoma tienen que tener en común. La iniciativa era insólita.

El Papa Juan Pablo II, tenaz y con sentido profético en sus iniciativas, se empleó a fondo con sus inmediatos colaboradores en la preparación de la reunión de Asís. Muchas explicaciones tuvo que dar. No se trata de «rezar juntos», sino de «estar juntos para rezar», respetando la oración de cada uno. Así fue. Sesenta y tres religiones estuvieron presentes. Aquel Papa obsesionado por la paz y que «la guerra nunca más» se atrevió a solicitar un tregua de las guerras y los conflictos existentes y acciones terroristas en ese día. Casi todos le respondieron afirmativamente. Hasta Hasan Hussein. ETA no. Fue un éxito. Allí prendió el «espíritu de Asís» que la comunidad de San Egidio trata de mantener, extender y comunicar organizando encuentros de este formato en diversas ciudades del mundo.

Volvió a convocar otro nuevo encuentro después del terrible derribo de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Allí acudió, medio destruido ya por la enfermedad, para rezar y gritar, juntamente con los demás líderes religiosos, que la «guerra nunca más» y que «la ofensa al hombre es una ofensa a Dios». Proclamó el «Decálogo para la paz» que envió luego a todos los jefes de las naciones.

En tren, como Juan XXIII cuando acudió a Asís para orar allí por el fruto del Concilio, con 300 representantes (entre ellos un nieto de Gandhi) de casi todos las religiones, fue el Papa Benedicto a ese epicentro franciscano para conmemorar aquel encuentro y porque las circunstancias por las que atraviesa la Humanidad de feroz e indómita crisis financiera, de terrorismo, de debilitamiento democrático, de desvirtuación de las mismas religiones, de discriminaciones... lo aconsejan y lo reclaman. Hay una novedad. El Papa del «Atrio de los Gentiles» invitó por primera vez a no-creyentes. El filósofo-historiador mexicano Guillermo Hurtado; el economista austriaco, del partido comunista, Walter Baier; la francesa de origen búlgaro, psicoanalista y humanista Julia Kristeva y el filósofo italiano Remo Bodei, como buscadores de la verdad, estuvieron presentes en Asís.

Benedicto XVI le dio su sesgo particular al encuentro. «Peregrinos de la Verdad, peregrinos de la Paz» fue el lema de esta jornada de reflexión, diálogo y oración. Sin verdad, como sin justicia, no es posible la paz. Nosotros podemos acompañarlos musitando la preciosa oración de San Francisco: «Señor, haz de mí un instrumento de tu paz». No perdamos la fe en la utopía.