Es muy fuerte el asunto de que un Plan General de Ordenación (PGO) decrete la extinción de un barrio, por peligro de hundimiento, y que al cabo de unos pocos meses un informe de especialistas asegure que no existe riesgo geológico en tal espacio. Es muy fuerte poner en vilo a todo un vecindario, pero eso es lo que ha sucedido con el PGO de Gijón, el «Plan Sanjurjo», ya que después de que el Tribunal Superior de Justicia de Asturias anulase el ordenamiento anterior el citado concejal del PSOE se puso al frente del equipo redactor de uno nuevo.

El barrio de autos es el Muselín, una especie de balconada sobre el puerto gijonés, pero bajo los tanques de gas que coronan la Campa Torres y con vistas directas a la nueva planta regasificadora y otros ingenios portuarios. Cuando la dársena gijonesa era virgen, el emplazamiento del Muselín hubiera sido digno de la costa azul, pero hoy es un lugar enclavado entre elementos industriales. Pero es lo que hay. La mayoría del pueblo soberano no vive donde quiere, sino donde puede, y eso no debería ser motivo para anunciar un desahucio paulatino.

La pregunta ahora mismo es evidente: ¿en que se basó el «Plan Sanjurjo» para dar la señal de alarma? Alguna explicación tiene que haber en este sentido, porque, de lo contrario, la responsabilidad de alterar innecesariamente la paz de los vecinos de el Muselín es verdaderamente seria.

Por tanto, hacen falta unas cuantas explicaciones, y muy creíbles, porque el error ha sido mayúsculo. En esta tesitura incluso cobran valor las hipótesis de que al barrio se le sacaba de su sitio por motivos inconfesables. Por ejemplo, que la proximidad a la regasificadora supone un riesgo real, pero en eso no pensaron el puerto ni el Principado antes de dar luz verde a su construcción. Así pues, un lío nos conduciría a otro, sobre el que además la anterior Administración regional ha sido sospechosamente indolente.