Tratando de superar el trauma de la II República, Guerra Civil y dictadura franquista, los constituyentes cedieron en sus posiciones para llegar a un consenso y hacer de la vigente Constitución democrática española de 1978, a diferencia de la mayoría de las del siglo XIX, sectarias y miopes, una ley de leyes flexible y duradera, como punto de encuentro y convivencia para la gran mayoría de los españoles. Hoy en día, y más con cinco millones de parados, la cuestión más importante y urgente no es remover el cadáver de Franco, al margen de la cláusula de la minirreforma para incluir un sermón sobre el déficit presupuestario, sí y con mucho promover la economía eficiente y el empleo productivo.

Sin embargo, 33 años después no terminamos de tener una Constitución madura y sana, aun habiendo disfrutado de décadas de relativa paz y prosperidad, siendo en parte también una Constitución ambigua y enferma, por los excesos de la partidocracia, el Estado autonómico y los nacionalismos independentistas -especialmente en el País Vasco y Cataluña-, impulsados en estas legislaturas por los chanchullos con el PP y sobre todo con el PSOE. El cuarto partido en España no deberían ser los antiespañoles, sino un partido europeísta, liberal y progresista. Sería un disparate pretender retroceder a posturas autoritarias o centralistas. Había una época en que parecía que atreverse a decir «España» era de carcas o fachas.

Desde luego que el espíritu cívico republicano de la igualdad de oportunidades, y elegir democráticamente al jefe del Estado aunque solo sea un primer embajador, es superior al principio monárquico del privilegio por nacimiento. El caso de Urdangarín certifica cómo la impunidad lleva al abuso del poder, si bien no hace falta perderse en anécdotas porque de hecho ya caminamos hacia la III República, la europea, en la que de momento no mandan ni el Parlamento, ni la comisión ni los ciudadanos europeos en conjunto, sino el triunvirato Merkel, Sarkozy y Banco Central Europeo. Además de deuda pública deberíamos hablar de déficit democrático.

Otra de las cuestiones más llamativas en estos tiempos de larga e intensa crisis económica es la del Senado. Siempre se dice, para justificar su protocolo y gasto, que se reformará el reglamento para convertirlo en una cámara de coordinación autonómica. Lo cierto es que en el siglo XIX con una Cámara alta o elitista se pretendía frenar posibles tentaciones demagógicas y populistas de la Cámara baja o Congreso de los Diputados, pero en la España y Europa actuales, con democracias liberales consolidadas -en realidad más partidocráticas que liberales, sobre separación de poderes-, la función del Senado como filtro carece de sentido y en la práctica solo es un «Congreso bis», tan secundario como inútil.

También este 10 de diciembre se celebrará el «Día mundial de los derechos humanos». Ahí tenemos desde el caso concreto de una afgana obligada a casarse con su violador para evitar ir 12 años a la cárcel por adulterio, encima de ser la víctima, hasta las elecciones rusas, Europa siglo XXI, en las cuales en Chechenia más del 99% de los electores ha votado, y de ellos más del 99% al partido de Putin, que por tanto ha superado las marcas en Rumanía de Ceaucescu (el amigo de Santiago Carrillo) y en el PP de Valencia de Francisco Camps. ¿Los mismos perros con distintos collares?