La creciente tendencia al despoblamiento rural está contribuyendo a que algunas zonas antes utilizadas con fines agrícolas o ganaderos hayan comenzado a recuperar sus características naturales de manera espontánea, tras décadas o siglos de explotación. Esta recuperación se enfrenta ahora a una nueva amenaza, la idea de que los ecosistemas naturales no pueden conservarse sin la intervención del hombre. Actuaciones como reparar o abrir caminos y pistas, eliminar matorrales y árboles muertos, clarear y podar las zonas arboladas, mantener pastizales o eliminar la vegetación de las riberas se plantean como labores fundamentales para mantener la salud de nuestros montes y ríos. El empleo del término «limpieza» para describir algunas de estas actuaciones resulta particularmente perverso, ya que identifica matorrales, arbustos y madera muerta con elementos dañinos para el paisaje, que deben ser eliminados con frecuencia para facilitar la vida de la fauna silvestre. En realidad, muchas especies de animales se alimentan o se refugian en el sotobosque, el matorral y la madera muerta, y desaparecen cuando se lleva a cabo una de esas limpiezas.

Desde hace unos años esta idea se repite casi a diario en los medios de comunicación, desde los que se insiste en la necesidad de recuperar o mantener los llamados usos tradicionales y detener el despoblamiento del medio rural como modo para evitar el deterioro de los hábitats naturales. Esta campaña mediática ha sido tan exitosa que todas las administraciones con competencias en la gestión del medio ambiente se han hecho eco de esa filosofía y llevan tiempo financiando este tipo de actividades como medida de conservación de la naturaleza. Parte de este éxito puede deberse al atractivo que tiene para la sociedad la visión del hombre como pieza fundamental en el mantenimiento del equilibrio natural. A esto hay que añadir que, desde un punto de vista político, resulta muy sencillo plantear proyectos en los que se liga la recuperación de ese equilibrio natural perdido como consecuencia del abandono a la creación de empleo destinado al desarrollo de trabajos agrícolas o forestales.

Toda esta exitosa parafernalia mediática que presenta al hombre moderno como el jardinero del planeta contrasta fuertemente con el efecto constatado que tiene nuestra especie sobre la naturaleza. En la actualidad, no existe factor alguno de destrucción del medio ambiente comparable a la acción humana. Sin duda, la silvicultura, la agricultura y la ganadería son fundamentales para todos nosotros, y han sido clave para alcanzar el estado de bienestar del que gozamos en esta parte del mundo. Sin embargo, son estas mismas actividades, desarrolladas por medios tradicionales en España durante los últimos mil años, las que han destruido casi todos nuestros ecosistemas naturales. No se trata de cuestionar aquí si la agricultura y la ganadería son necesarias para mantener nuestro nivel de vida, sino de clarificar que todas ellas alteran el funcionamiento de los ecosistemas sobre los que se asientan, en mayor o menor medida. Por ello, no cabe considerarlas como medio para conservar los hábitats naturales, aun cuando resulten menos dañinas para esa conservación que otros sistemas de explotación más modernos e intensivos. En un momento en que el despoblamiento del campo está propiciando la recuperación natural de algunas áreas, resulta paradójico que aparezcan voces que claman por la vuelta a la tradición como medio para recuperar lo que esa tradición ha destruido.

Asturias es un territorio de carácter forestal. Tras el último período glaciar, casi toda la región llegó a estar cubierta por bosques. Actualmente, en torno al noventa por ciento de la región está sometida a explotación más o menos intensa, y los bosques naturales son una excepción. El factor que marca la diferencia entre que un bosque sea o no natural radica en si está regulado sólo por procesos naturales o si, por el contrario, existe algún tipo de intervención humana. La existencia de árboles muertos y enfermos, troncos caídos, matorrales y arbustos es una característica intrínseca de estos bosques, que se hace más frecuente conforme aumenta el tiempo transcurrido desde que fueron abandonados. Por ello ese abandono constituye la mejor manera de facilitar el retorno de nuestros bosques a su estado natural. En la mayoría de los casos, tan sólo hay que dejar actuar a la naturaleza durante el tiempo necesario. En este sentido, y teniendo en cuenta que una de las principales características de los paisajes naturales asturianos es la exuberancia de la vegetación, es difícil entender las frecuentes llamadas de atención que hacen los medios de comunicación denunciando que el futuro de algún bosque y de los animales que viven en él están en peligro porque la vegetación crece sin control.

Sin duda, los aprovechamientos agrícolas y ganaderos basados en métodos tradicionales pueden ayudarnos a producir alimentos hoy sin poner en riesgo la producción futura. Además, tienen un interés cultural y contribuyen a que el parecido entre un terreno explotado y otro natural sea mucho mayor que el que tienen las explotaciones intensivas. Sin embargo, nada de esto convierte esas tradiciones en procesos naturales y, por ello, no tiene sentido plantear su uso como medio para que un hábitat recupere sus características originales. Cada cosa en su sitio. Cultivemos las plantaciones forestales y los terrenos agrícolas, pongamos a pastar al ganado en los pastizales, y dejemos que la naturaleza campe a sus anchas en el monte.

Regeneración natural del arbolado en un monte asturiano. | geotrupes