En su página de internet, el FAPAS (Fondo Asturiano para la Protección de los Animales Salvajes) se define como una organización cuyo objetivo es la conservación de los ecosistemas cantábricos y su fauna. Al mismo tiempo, señala que su actividad se desarrolla al margen de la ciencia, afirmando: «Nuestras acciones no se basan en estudios científicos». Como consecuencia, la eficacia de esas acciones es desconocida, y el FAPAS constituye un buen ejemplo sobre cómo funciona la conservación de la Naturaleza en nuestro país.

En la actualidad la ciencia está presente en casi todas las facetas de nuestra vida diaria, y le concedemos diferentes grados de importancia según de cuál de ellas se trate. Consideramos fundamental que las decisiones que toman los profesionales de la salud estén basadas en conocimientos científicos y evidencias, y le damos menos importancia a la ciencia cuando se trata de asuntos relacionados con la conservación de la Naturaleza. En otras palabras, somos exigentes con los responsables de cuidar nuestra salud, pero negligentes con quienes se encargan de preservar nuestro patrimonio natural. Demandamos que el personal de nuestros ambulatorios y hospitales esté cualificado, y nos resulta inconcebible que nos puedan recetar un medicamento cuya eficacia esté por demostrar. Sin embargo, aceptamos que las decisiones en materia de gestión ambiental se tomen de manera arbitraria, y que con frecuencia se deje esa gestión en manos de organizaciones sin la cualificación necesaria y para las que faltan mecanismos que evalúen la eficacia de sus actividades.

Nadie concebiría que los médicos utilizasen a sus pacientes para experimentar nuevos productos con posibles propiedades farmacológicas, o que les administrasen medicamentos cuya utilidad no estuviese probada. Y al mismo, poca gente se sorprende por el hecho de que éste sea el modo en que se gestiona la conservación de espacios protegidos y especies amenazadas. En Asturias existen muchos ejemplos de actuaciones que llevan años en marcha, sin evidencia de que funcionen. Simplemente se asume que así es. Se asume que los huevos y alevines de salmones y las truchas sobreviven mejor si se crían en una piscifactoría y se liberan los alevines en el río después de unos meses. Igualmente, se retiran huevos de urogallo de sus nidos bajo la premisa de que su cría en cautividad será más exitosa que en su entorno natural. Se asume también que los cormoranes son uno de los factores del declive del salmón, y se matan varios cientos de estas aves cada año sólo porque se alimentan de peces. Se considera que plantar árboles frutales, colocar colmenas, rozar grandes extensiones de matorral y sotobosque o mantener ganado favorecen la conservación del hábitat de osos o urogallos. Además de esa carencia de evidencias que respalden la eficacia de todas estas actuaciones, existen estudios desarrollados en otros países en los que se ha demostrado que algunas de ellas son, de hecho, inútiles o contraproducentes.

Hoy en día vivimos más y mejor gracias a los espectaculares avances derivados de la investigación científica y su aplicación a la medicina. Por el contrario, la conservación de la Naturaleza sigue anclada en los tópicos y la especulación, y depende a menudo de los criterios y actuaciones de personas que ignoran décadas de investigación en biología de la conservación. Dado que parece haber consenso respecto de la importancia de la ciencia como modo de progresar en el conocimiento y en la gestión racional de nuestro entorno, sólo cabe solicitar a los responsables de Medio Ambiente que den un paso adelante y comiencen a trabajar por una conservación de la Naturaleza basada en la evidencia.