Qué atractivo tendrá el poder político para que algunos vendan su alma al diablo si es preciso con tal de alcanzarlo. Yo, la verdad, no lo entiendo. Échenle un vistazo a nuestros más relevantes representantes y, a continuación, busquen fotografías de tiempo atrás. El deterioro físico es evidente. El antes y el después de nuestros presidentes del Gobierno resulta aterrador. Llegan a la Moncloa como buenos mozos y salen hechos fosfatina. Y a lo largo del mandato aparecen y se desarrollan canas, calvas, unas ojeras que van desprendiéndose hasta tocar el suelo y un color de piel tirando a gris verdoso. Del panorama nacional, únicamente Bono ha seguido el proceso inverso y ahora está de un lozano que asusta.

Sin embargo, es pasar a la reserva y espolletar de inmediato. El inolvidable Adolfo Suárez dimitió hecho unos zorros, extenuado tras luchar solo contra todos y vilmente traicionado por los suyos. Lástima de enfermedad, porque físicamente resucitó el día que dejó la presidencia del Gobierno. Felipe González, ojeroso, ceñudo, canoso, cabreado y agotado cuando perdió las elecciones, fue recuperando el tono hasta convertirse en una especie de Briatore pseudo intelectual. Lo de Aznar ha sido la monda: salió como un guiñapo tras el fuera de combate del 11-14 M y miren cómo lo tenemos ahora, todo un tarzán, el rey del abdominal. Ahora será su mujer la que pague la factura física del cargo. Por último, todavía es pronto para analizar la evolución del ínclito ZP. Pero, aun habiéndonos dejado la casa como un solar, ya verán como recobra el aspecto saludable. El Consejo de Estado es un lugar excelente para reponerse: se gana más y se vive apaciblemente. Su compañera De la Vega le precedió en el camino al retiro dorado y fíjense en su transformación, que como no renueve la foto del pasaporte se las va a ver negras en alguna aduana.

Por ello, me pregunto qué fascinación provoca en poder que los hay que arriesgan la salud por aferrarse a él. Acaso sea lo que viene después, al abandonarlo. Como la sensación de alivio que se experimenta al liberarse de la chaqueta, la corbata y los zapatos para sustituirlos por el chandal y las zapatillas.