En los soportales del Fontán no puede haber mesas y sillas de los bares inmediatos porque tienen la consideración de espacio público. Así lo acaba de sentenciar la justicia. Mal asunto porque el Fontán es el mejor espacio de Asturias, y quizá del norte de España, para sentarse al aire libre a comer, cenar, beber sidra y tal y tal y tal, por lo que tiene de paisaje interior, de espacio hiperbarroco -al tiempo que racionalista-, de planos, pliegues y sombras, y no sigo para no ponerme pedante. Y eso que Gabino de Lorenzo -sí, hombre, aquel alcalde de Oviedo que quizá algunos aún recuerden- lo echó abajo con una excavadora ante las protestas de apenas tres o cuatro. Ni uno más, lo puedo asegurar. Fue el mayor atentado al patrimonio cultural ovetense desde la voladura de la Cámara Santa en aquel, aún venerado para la izquierda, golpe de Estado de octubre de 1934.

La fuerza de ese espacio es tal que, aun convertido en un decorado de zarzuela barata, prende en el personal y allí va todo el mundo, en muchos casos después de pasar por la plaza a comprar lo que sea o sencillamente tras dar una vuelta.

¿Espacio público? Las aceras son eso mismo y están llenas de terrazas. O de ex culturas -otra gracia de aquel alcalde olvidado: ¿cuándo las va a retirar Agustín Iglesias o, ya puestos, por qué no las regala a Gijón como proponen algunos conspicuos carbayones?- que dan risa y pena y en todo caso estorban.

En el mentís al Fontán alegan servidumbre de paso para los vecinos que viven en lo que fue ruedo de casucas corcovadas. ¿No hay mejor solución que la prohibición? A este paso entre fas y nefas volverán a matar al Fontán o, mejor dicho, a rematarlo.