Por el bueno de Esteban Greciet, a cuya generosa recepción de antaño debo algunas de mis primeras armas de plumilla, sé del insólito hecho de que Brigitte Bardot, de tanta áurea, aún en el blanco y negro, de mi adolescencia, ha escrito al Sr. alcalde de Oviedo lamentando, la violenta persecución de gatos en la zona del Colegio Público Veneranda Manzano, a la vez que ofrece, con un punto de oportunismo, colaboración al Ayuntamiento para un plan de masiva esterilización de los animalitos.

No sabía yo que semejante asunto hubiese alcanzado ecos internacionales.

En mi tiempo de Alcalde, Antonio Simón, entrañable concejal, -al que llamábamos Chanquete, tal el Ferrandis de «Verano azul»-, era un entusiasta de los gatos y de dar un giro, que, en parte, consiguió, a la protección de animales. Tuvimos problemas, no obstante, con la educación cívica del trato a los perros, el uso de bozales y ataduras, lugares para miccionar, recogida higiénica de excrementos... Otros buenos munícipes como Tere Corominas, Rodrigo Grossi, Álvaro López-Cueto, Tito Posada, Ramón Corral, Puri Tomás y Begoña Pérez manifestaban también especial sensibilidad para imponer pautas civilizadas.

Apenas, sin embargo, tuvimos, por aquellas calendas de transición, corresponsales de la indudable talla bardotiana, aunque recuerdo un diputado británico que montó su número ante el Campoamor contra las corridas de toros, en las que, por lo demás no estábamos especialmente interesados, pese a la desbordante afición de Manolito San Román, Bernardo S. Escandón y José Ángel Ocio, presidente de la Peña Julio Robles, que en paz descansen, y el sostén de Gabino de Lorenzo, entonces en la oposición, Agustín de Luis, Ismael Rey, Perelétegui y otros.

Lo de la carta de B. B. me parece una auténtica pasada, en consonancia con la respetable posterior manifestación pro-gatos, de indudable arraigo postmoderno, inimaginable hace poco tiempo.

Dolores Guerra, mi buena amiga, era una pacífica avanzada en esa misma zona de la ciudad.

Luis Vigil, del que me alegra oír a Santos Moro, que «es el mejor pintor» -finisecular, claro- escribió de niño, aquí mismo, que «Concha Heres», contra cuya piqueta incivil luchábamos, hoy inservible para Banco de España, debía ser un colegio para gatos.

B. B. eran unas siglas míticas de nuestro erotismo reprimido como H. H. simultáneamente equivalían al genio del fútbol Helenio Herrera. Y no eran las películas; pues, v. g., «Babette se fue a la guerra», una de las pocas que se pasó, sin problemas de censura, era malísima.

Enrique Vila-Matas ha dado cuenta reciente de cómo se encontró en Gough Square con la estatua a un gato llamado «Hodge». Es en la City londinense donde los privilegiados directivos parece que comparten buenos sentimientos animalistas con su ferocidad contra mi informe parlamentario, en el que quise, siguiendo al comisario Barnier, atar, con correa extensible, a las multinacionales de la auditoría y su impresentable oligopolio. El autor de «París no acaba nunca» conocerá, sin duda, a «Borges», el gato de nuestro común amigo el escritor Iñaki Uriarte, último premio «Tigre Juan».

Ya dije, en esta columna, que para George Steiner, premio «Príncipe de Asturias», «Bèbert», del controvertido novelista Cèline y su mujer Lucette, es el más famoso gato de toda la literatura. El del arte es del Museo de Bellas Artes de Asturias, la escultura de nuestro Luis Fernández, que supera, como pieza individual, al más reproducido animal doméstico de la familia goyesca de Carlos IV.

Algo importante está cambiando cuando hay manifestaciones plenas de imaginación y buenos sentimientos que «bailan con gatos», como destaca Lucía Naveros, y, de otro lado, como digo, va a exponerse de forma permanente en el mejor emplazamiento asturiano, la esperada ampliación del Museo de la plaza de la Catedral, esa escultura singular de artista, ovetense de origen pero letrerito francés, «Le Chat». Pincel y buril españoles y firma francesa, como solían advertir Paco Carantoña, Orlando Pelayo, Alín, Luciano Castañón y Silverio Cañada, pioneros en llamar la atención sobre ese Louis Fernández, ambivalencia que igual sucede muchas veces en Picasso, Dalí, Mirò o Juan Gris.

También la familia del amigo Esteban termina su apellido, supongo que desde generaciones, con la afrancesada «t» de «chat» y Bardot.