Partiendo de que noticia es todo aquello que alguien no quiere que se sepa, el interés periodístico debería dirigirse estos días a saber y contar quién es P. A. C., por más que el personaje que se esconda detrás de esas iniciales tan onomatopéyicas se empeñe en ocultarlo. En España, existen episodios recientes de periodismo interpretativo, hasta adivinativo; uno de ellos es el de la «X» de los GAL que el intrigante juez Garzón dejó en su día a merced de la imaginación de los españoles, que no dudaron en señalar a Felipe González.

Uno de los que más incidieron en esa teoría fue precisamente Álvarez-Cascos, al que la Policía viene percibiendo como la persona que enmascaran las iniciales P. A. C. en las investigaciones llevadas a cabo sobre la «red Gürtel». Todo en esta vida tiene su explicación: en Asturias, Álvarez-Cascos puede que sea Francisco, pero en Madrid es Paco, como el propio jefe de la trama, Correa, también Paco, se ha empeñado en insistir en todas sus declaraciones.

Albert Camus escribió que el periodismo consistía en reconocer el totalitarismo y denunciarlo. Sustitúyase totalitarismo por corrupción y seguiremos estando en el buen camino. En la «trama Gürtel» hay maniobras orquestales en la oscuridad y otros movimientos que responden a nombres y apellidos. El juez, por ejemplo, ya tiene en su poder los dieciocho contratos de AENA por los que los investigados obtuvieron supuestamente 2,2 millones de euros. Y esos contratos, según obra en el expediente, se llevaron a cabo cuando Cascos era ministro de Fomento. En este caso, no hay iniciales que valgan.

Pero de fondo, hay tres letras y tres puntos que sustentan o corroboran una de las principales teorías de la noticia: enterarse de lo que alguien pretende ocultar. En un informe de la unidad de delincuencia económica figura P. A. C. y hay policías que identifican estas iniciales con Paco Álvarez-Cascos. Como lo que existe detrás del «caso Gürtel» es corrupción política, un periódico tiene el deber ante sus lectores de contarlo. Sencillamente es eso.