Cuando me levanto con un ramalazo nostálgico de Gijón, no puedo esperar a que me suban LA NUEVA ESPAÑA, y bajo, en zapatillas, a buscar el periódico al cajetín para el correo que ahora hay en todos los portales. En una de esas salidas conocí al buzonero.

Es un parado inmigrante (de esa etnia que desprecian tanto Le Pen como Sarkozy). En mi barrio, como es de rigor en estos tiempos, existe una «pizzería» que se anuncia con unas octavillas que el parado sudaca introduce en los cajetines de todos los portales, que no son pocos. Hablando con él de cómo está la vida, me contó que cuando toca buzoneo, le pagan por el reparto una «pizza» de cuatro raciones.

Naturalmente, cuando nos encontremos, no le voy a contar que, por su mismo trabajo, los foristas de Álvarez-Cascos han cobrado 21.817 euros de vellón.

Lo silenciaré porque temo que mi amigo el parado ponga una bomba en la Junta Electoral Central. Y porque los parados, sean inmigrantes o paisanos, son dignos de respeto.

Solamente, por curiosidad pura y dura, le preguntaré cuántas «pizzas» se pueden comprar con 22.000 euros.

La verdad es que los partidos políticos, los sindicatos y las patronales se apuntan a un bombardeo siempre que haya euros por el medio.

Se apuntan a un bombardeo, a un compadreo e incluso a un buzoneo.

«Porca miseria», que diría Berlusconi.