Hace unos años se pensaba que las hembras de la mayoría de las especies animales eran monógamas, y la poligamia sólo era frecuente en los machos. Los avances en la tecnología de análisis genético han desvelado que la realidad es muy diferente y que la poligamia está muy extendida en ambos sexos. Desde los años 90, esta tecnología ha revolucionado el estudio de animales y plantas en su entorno natural, hasta el punto de que en la actualidad es posible obtener información detallada sobre muchos aspectos de la vida de una especie, sin que ni siquiera sea necesario verla.

Hasta hace poco, estudiar una especie en su entorno natural era una tarea aún mucho más compleja de lo que es hoy en día. Identificar a un individuo entre los demás requería su captura y marcaje, y en la mayoría de los casos una nueva captura cada vez que era necesario repetir esa identificación, con las consiguientes molestias para el ejemplar portador de la marca. Aun así, nunca se podía estar seguro del parentesco entre diferentes individuos. Hoy en día las cosas han cambiado mucho. La tecnología de análisis que se exhibe en algunas películas y series de televisión es una realidad, y muchas de esas técnicas se aplican habitualmente al estudio de todo tipo de especies de animales y plantas.

Cada individuo en una población tiene un perfil genético único e irrepetible heredado de sus padres y codificado en el ADN. Los análisis genéticos se pueden realizar sobre cualquier resto de tejido que contenga ADN, aunque sea una cantidad minúscula. Cuando se trabaja con especies silvestres, pelos, plumas o excrementos recolectados en el campo son fuentes potenciales de material genético. Podemos recorrer el hábitat de una especie sin causar molestias, recoger este tipo de restos, y tras un análisis en el laboratorio, calcular el número de individuos a que pertenecen, su sexo y en qué lugares ha estado cada uno de ellos. Cuando se hace este análisis sobre las crías de una camada y su madre, podemos saber también si esa camada tiene varios padres. Por ejemplo, se ha comprobado que en muchas especies de aves que crían a sus polluelos en parejas, ambos progenitores son a menudo infieles y en una misma pollada se pueden encontrar hijos de diferentes padres.

Esta tecnología resulta especialmente útil cuando se trata de estudiar especies cuyas poblaciones se encuentran amenazadas de extinción. En estos casos las molestias se reducen al mínimo. Basta con visitar los hábitats en los que vive la especie que se quiere estudiar y recoger los restos orgánicos que dejan a su paso. Este método ya ha sido aplicado con éxito en Asturias. Por ejemplo, en el año 2009 un equipo de la Universidad de Oviedo efectuó el primer censo de urogallo en varios montes de la zona occidental de la cordillera Cantábrica, basado únicamente en el análisis de excrementos y plumas recogidas en el campo. El censo se efectuó sin causar molestias a las aves, y en comparación con el conteo directo utilizado hasta ahora, facilitó la identificación de un mayor número de individuos que los que son habitualmente observados y permitió aplicar métodos estadísticos para estimar el número total. En otro estudio, publicado en 2010, los análisis genéticos permitieron detectar el movimiento de osos pardos entre los sectores occidental y oriental de la cordillera Cantábrica. Descubrir este tipo de desplazamientos por métodos directos requeriría del marcaje y captura de una parte importante de la población de osos.

La tecnología sigue avanzando a gran velocidad, y en unos años los investigadores podrán analizar la composición de grandes porciones del ADN de manera casi rutinaria y con un coste económico reducido. Sin duda la genética constituye ya una de las herramientas más potentes de las que disponen los biólogos para investigar las especies amenazadas sin molestarlas, pero con toda seguridad su aplicación adquirirá todavía más relevancia en un futuro inmediato.