En una escena de «Los idus de marzo», el candidato presidencial George Clooney se sienta en un taburete para someterse a las preguntas de los electores. La apostura del galán, y su peculiar manera de desplegar la osamenta, conducen al espectador a una respuesta instintiva, «es Barack Obama». Aprobado en anatomía comparada salvo que, como sucede tan a menudo en Hollywood, la ficción precede a la realidad. Durante la campaña de 2008, Clooney adiestró personalmente a Obama sobre las técnicas escénicas que le concederían una ventaja adicional en los debates contra el republicano John McCain. El senador de Chicago nos subyugó con una imitación no reconocida del actor, que se toma su revancha irónica en la película, donde recrea el aprendizaje de un aspirante a la Casa Blanca.

Siempre a caballo entre realidad y ficción, Clooney fue detenido en Washington al negarse a abandonar una concentración frente a la Embajada de Sudán. El actor se justificó con la máxima de su oficio: «Sólo trato de llamar la atención». La confesión de la búsqueda de publicidad resulta polisémica. Las portadas con el Prometeo encadenado le habrán ganado más espectadores a «Los idus de marzo» que conversos a la campaña en favor de que el dictador sudanés Omar al-Bashir sea conducido ante el tribunal de La Haya. Dicho de otra manera, Clooney sólo se promociona a sí mismo, con Sudán como pretexto. Ahora bien, los pesimistas deberán reconocer que un espectador de «Los idus de marzo» no despierta únicamente a la corrupción inherente a la alta política, sino que se predispone a sensibilizarse hacia las tragedias planetarias. Y de propina disfrutará de una interpretación sensacional de Philip Seymour Hoffman, porque cabe recordar que la personalidad arrasadora de Clooney no se ve acompañada de dotes interpretativas. Es un pésimo actor, a excepción de «Syriana», «El americano» o «Los descendientes».

Un día antes de su detención, el redentor de Sudán se había entrevistado con el presidente de los Estados Unidos. Con el auténtico inquilino de la Casa Blanca, si bien la adjetivación resulta peligrosa porque fue prefabricado por el actor. Las esposas de Clooney guían ahora a Obama. Le insinúan que necesitará algo más que una forma impecable de sentarse en público, para garantizarse una prórroga en la Casa Blanca. La relación reversible entre el actor y el político confirma que la ficción puede ser más atrevida que la realidad. No sólo necesitamos las historias como consuelo, sino como iluminación.