Acaban de cumplirse cien años del hundimiento del «Titanic». Vivimos una época de conmemoraciones que confirman que la historia es cíclica en metáforas. Hace un siglo que se hundió el Camelot flotante, el símbolo de la ostentación de una época; se hunde, diez décadas después, un modelo económico y social prepotente, enterrado en una profunda fosa que hay que llenar con miles de millones de euros del bolsillo de los de siempre. El «Titanic» se construyó en los astilleros de Belfast. En lo que queda de la industria naval de Gijón, Armón anuncia que no va a construir los dos «ferries» que le ha encargado una naviera portuguesa. La realidad dicta la crónica de frecuentes hundimientos, pero la orquesta del «Titanic» sigue tocando: que no pare la fiesta, aunque nos llegue el agua al cuello.