La alcaldesa de Avilés fue al grano con Cascos y el presidente del Principado, como el que oye llover, se dedicó a hablar de la floricultura. Es verdad que el encuentro se produjo en el Salón de la Jardinería y la incertidumbre electoral no invita a discutir lo que uno estaría dispuesto hacer o no después del 25-M, en el caso de que pudiera hacer algo.

El de Pilar Varela, al hablar de impulsar los grandes proyectos pendientes, fue un ejercicio testimonial de una política programada para recitar letanías. Y el de Cascos, con las flores y las alusiones al Jardín del Edén, un ripio. Como cuando pronuncia un pregón y se refiere a las angulas y a que las divinidades del mar rediman estas tierras en las que él, hasta ahora, no ha sabido sembrar.

Los políticos asturianos se mueven, cuando el pueblo más necesita de su cordura, entre el voluntarismo de oficio y el ripio. Cuando no, se enzarzan en discusiones estériles ajenas a los problemas que afectan a los administrados.

El ripio es una constante y es que encima no hay buenos rapsodas. Ni aquí ni en Tragacete, provincia de Cuenca. Tampoco hay buenos tribunos y mucho menos administradores eficaces de la cosa pública. Adelardo López de Ayala, a la sazón dramaturgo, presidía el Congreso y contestaba a los diputados en verso. Por ejemplo: «Con tan franca explicación, queda el agravio deshecho». Su señoría ofendida respondía: «Yo me doy por satisfecho». Y el presidente completaba la redondilla: «Se levanta la sesión».

Ni siquiera cabe la posibilidad de heredar el ingenio, puesto que uno se pone hablar del Génesis cuando lo que tiene a mano en el árbol familiar es a un tío abuelo como Ludi, capaz de hacer reír a generaciones con «El Castelo Sangriento», aquel hilarante poema en italiano macarrónico.

La cosa está francamente mal, se mire por donde se mire, ahora bien si ustedes quieren nos ponemos a hablar de las margaritas del campo. «Margarita ¿está linda la mar?».