La primavera ya tiene sus primeros brotes con los políticos en celo y el romero en flor. Las elecciones convocadas por Cascos para intentar mitigar a costa de los asturianos su insatisfacción de líder herido asoman ya a la vuelta de la esquina con el acento puesto en la incertidumbre. Entre la posibilidad de que nada se mueva y un terremoto, existe ese espacio intermedio sobre el que se han empezado a sondear las posibilidades de unos y otros.

Y ¿cuáles son? Nada está claro, los matices que se perciben en el vaivén de la derecha no arrojan luz suficiente para ver la salida al fondo del túnel. La izquierda como solución se debate en la tensión aritmética de sumar hasta conseguir veintitrés. No ha pasado un año y el cambio en Asturias sólo se vislumbra desde un retroceso del casquismo.

El casquismo como revolución, está escrito, tarde o temprano acabará cayendo por su propio peso, porque las revoluciones pertenecen a las ideas, no a las patadas. Foro, por las urgencias de su propio líder, ha demostrado ser un proyecto más personal y aventurero que colectivo. A los hechos me remito.

Los asturianos pueden estar desilusionados con sus políticos, pero no son tan tontos como para fiar el sueño comunitario de una región en apuros al interés personalista del hombre que vuelve proclamándose el salvador y, a la primera de cambio, declina la responsabilidad de salvarnos. Desde luego, nunca hemos sido tan tontos como decía la diputada forista, que, por cierto, volverá a pedir el voto al pueblo al que insultó de manera temeraria.

Florecen los capullos electorales al igual que los almendros. Es primavera, estamos en un tris de ir de nuevo a las urnas, y no sabemos qué va a pasar con la derecha dividida y la izquierda deprimida. Ojalá los votos prendan en la conciencia de los candidatos hasta el punto de saber hacer de ellos el uso debido y llevar a Asturias por la senda de la normalidad institucional. Tampoco es que pidamos tanto y, sin embargo, apenas nadie está seguro de poder conseguirlo. Porca miseria.