Es un clásico de la política: pégales un buen garrotazo de entrada y te alabarán cuando les des menos fuerte. El Gobierno del PP lo ha cumplido a rajatabla. Su primer saludo fue una subida de impuestos que daba por liquidada la credibilidad del programa electoral, ese documento que sólo había leído Rubalcaba. Al poco nos llegó el anuncio de una recesión del 1,7%: puestos a elegir, tomó la más lúgubre de las profecías disponibles. En el ínterin, decretó una reforma laboral que facilita la reducción de costes laborales, o sea, de salarios e indemnizaciones, lo que no impide anunciar la previsión de 630.000 parados más durante este año. Lo último ha sido la cifra final del déficit, 2,5 puntos por encima de lo anunciado; con ello, y a pesar del desafío al diktat bruselense, el ajuste necesario será de 38.000 millones. Una barbaridad que va a doler. Entre la Administración y los administrados, y sólo por este apartado, vamos a dejar de gastar casi cuatro euros de cada cien. ¿Nos van a contar con qué exportaciones se compensa eso?

Entonces sale el índice de confianza de febrero y nos dice que lo tenemos por los suelos. La percepción ciudadana es que estamos peor que hace un año y que nos vamos a hundir más todavía. Entre noviembre y diciembre hubo un pico de mejora en el estado de ánimo, pero se ha desplomado. El repunte coincidió con los últimos días de Zapatero, cuando ya se descontaba el resultado electoral, y las semanas de transición. Es decir, que el cambio de Gobierno levantó un poco (sólo un poco) las expectativas justo antes de producirse. Pero empezar a publicar decretos y hundirse la gráfica fue todo uno; los datos han regresado a las magnitudes del gran pesimismo de 2008, y la valoración de la situación de los hogares está incluso por debajo. Los españoles creen que en los próximos meses va a ser aún más difícil encontrar empleo, que la situación económica de su familia empeorará, que los precios subirán y que, por todo ello, van a gastar menos en compra de bienes duraderos. Se supone que el objetivo del Gobierno es generar confianza, pero en lo que respecta a las familias, no lo está consiguiendo.

Así nos vemos: con la espalda dolorida, y además, convencidos de que la culpa es nuestra, porque antaño (¡cuán lejos se ve!) gastamos por encima de nuestras posibilidades sin saberlo, y porque elegimos a Zapatero para que hiciera otro tanto. Ahora nos purgan y sangran por nuestro bien; lo aceptamos con abúlica resignación. Cuando reduzcan la ración diaria de latigazos les estaremos muy agradecidos. Si es que la reducen.