El título de este artículo alude a la práctica del consumo desmesurado de bebidas alcohólicas desde tiempos inmemoriales. Parece ser que los cosacos, un pueblo nómada y de feroces guerreros que habitaban las estepas del sur de Rusia y Ucrania, cuando se reunían para cualquier festejo, siempre transgredían notablemente la más elemental mesura de ingesta de bebidas espirituosas o no. Pues bien, desde ahora, no hace falta ser cosaco para que digan que uno bebe en exceso. Se puede ser simplemente inglés y parlamentario para que digan de nosotros lo mismo. Acostumbrados estamos a que grupos de veraneantes en nuestras localidades mediterráneas paseen sus efluvios etílicos, salten de un balcón a otro -a veces con resultados nefastos- o intenten un salto en picado a la piscina del hotel, que en ocasiones suele acabar en el pavimento con el resultado que todos nos imaginamos.

Beber como un inglés puede convertirse desde hoy en una frase de nuevo cuño y bastante popular. Lo digo porque el Parlamento británico acaba de aprobar unas medidas encaminadas a limitar el consumo de alcohol en el seno de la Cámara de los Comunes. Parece que sus señorías son bastante dados al deporte de empinar el codo, aunque yo me pregunto un poco perplejo: ¿los lores no beben? Pues bien, el diputado laborista Eric Joyce, a quien pongo como ejemplo y la prensa ha destacado, fue detenido por pelearse con varios parlamentarios precisamente en el bar del Parlamento. Y uno piensa: vaya una manera de dar ejemplo, primero se aturde, luego pasa a la agresión verbal y, como es lógico, en medio de tanta euforia la emprende a mamporros con varios de sus oponentes. Esta conducta, cuando menos irrespetuosa, desaforada y a todas luces transgresora, ha obligado a designar una comisión que pretende evitar el excesivo consumo de bebidas, comenzando por pedirles a los camareros de Westminster que rellenen con menos frecuencia las copas de sus políticos en todos los actos oficiales y, además, sepan con buenos modales, eso sí, negarse a servir a todos aquellos que muestren claramente que han alcanzado ya el nivel tartajoso y faltón muy propio de los beodos. Sabiamente a estas disposiciones, han recomendado encarecidamente reducir los horarios de apertura del bar y un programa de salud de prevención y desintoxicación.

Beber como un cosaco pudo ser muy definitorio en otros tiempos, hoy podría sin gran esfuerzo sustituirse por el término parlamentario inglés o, bien, por el propio apellido del notorio aficionado a la ingesta: Joyce. A este buen ciudadano y siempre con buen ánimo se le prohibió recientemente entrar en cualquier pub durante tres meses y a realizar trabajos comunitarios con el fin de que pudiese alcanzar una reflexión redentora oportuna. No han obtenido muchos resultados, pues, como vemos, el pobre ha vuelto a las andadas a la primera ocasión. La verdad es que proclives al vidrio hay muchos, cualquiera de nosotros en ocasiones, y que me perdonen desde ahora mismo los abstemios, pero si encima se es parlamentario creo que hay que guardar las formas de una manera exquisita. Alguien que ocupa un lugar tan trascendente, como cualquier político que se precie, no debe bajo ningún concepto ofrecer espectáculos bochornosos de éste u otro tipo, ni tampoco, como es lógico, subirse a rotondas con el automóvil en plena madrugada, ni mucho menos deambular abrazando farolas sin rumbo fijo en medio de la noche.

Por contactos y conversaciones mantenidos con amigos y conocidos de otros países europeos, he comprobado que pasan fácilmente de asegurar que España es un país lleno de bares a creerse a pies y juntillas que somos un pueblo de bebedores impenitentes. En cierta ocasión y hace no muchos años, una amiga nuestra de Stuttgart nos dijo, espero que inocentemente y así lo he querido creer siempre, que la prueba palpable la teníamos en el alto número de invidentes que por causa de la bebida había en nuestras calles. Tuvimos que hacerle comprender, y no sin un punto de indignación, que estas personas si estaban en la calle era porque la ONCE les había proporcionado un trabajo digno y estable, cosa que no sucedía en otros países considerados muy adelantados. Y para terminar estas reflexiones, no quiero dejar en el tintero la pronta reacción del primer ministro David Cameron, quien ha ordenado subir los precios inmediatamente, tras enterarse de que su Sanidad cifra en 1,1 millones los adictos al alcohol en Inglaterra.