Hablar en positivo acerca de cualquier asunto lleva camino de convertirse en una extravagancia. Anotar que algo va bien, ni te cuento. Pero a pesar de los recortes, los teatros de Madrid están a reventar, con producciones que por su magnitud no siempre pueden viajar a otras ciudades. En tiempo de predominio de lo virtual, resulta estimulante contemplar a seres vivos moviéndose sobre la escena sin necesidad del 3-D. En el pasado, nunca fui un gran consumidor de teatro, que me parecía un anacronismo hace unos lustros. Ya de mayor, expulsado de las salas de cine por el estruendo insoportable del dolby surround y la idiotez de la mayoría de las películas que se proyectan, no tuve más remedio que refugiarme en las plateas de los teatros. La escena me parece hoy un contrapeso que nos reubica en el mundo real de lo corpóreo, aunque se trate de una ficción, y nos recuerda los tiempos en que los eventos del planeta eran abarcables y comprensibles.

La capital de España y del recorte es también una gran urbe de teatro. Por un azar, o no, hasta la gran tradición del teatro barcelonés terminó germinando en Madrid, tierra de todos y de nadie. Gracias al catalanismo convergente que se los quitó de encima, se vinieron Boadella y Flotats. También Nuria Espert, la última diva del siglo anterior, terminó instalándose aquí. Boadella dirige los teatros del Canal, donde intervienen a veces compañías de otros países. Este mes de junio podremos ver la monumental «Angels in America», uno de los grandes éxitos del teatro norteamericano, los ochenta y el sida, en una aplaudida adaptación italiana y con subtítulos. Flotats es un dios sobre las tablas, el más afrancesado de nuestros actores, ahora que Francia vuelve a estar de moda, y ha sido Descartes y Beaumarchais en dos montajes memorables, estas últimas temporadas.

El director y actor Mario Gas nació por azar en Montevideo, pero de padres catalanes. Su madre era hermana del torero y actor Mario Cabré, amante de Ava Gardner, aunque la actriz lo ningunea en sus memorias. Toda una época que el sobrino Mario Gas podría llevar a la escena. Tal como era de esperar, los jefes populares han relevado a Gas al frente del teatro Español. Mario se despidió con «Follies», el mejor musical que nunca vi en España, el más auténtico, al menos, y que volverá en junio por su apoteósico éxito. Un «casting» asombroso, desde Vicky Peña hasta Asunción Balaguer y el propio Mario. Miedo pasé, en la primera fila, cuando Massiel se acercaba a la linde del escenario removiendo su poderosa humanidad.

Ahora mismo, en la cúspide de la crisis, hay más de cuarenta títulos en cartel, sin contar con los musicales y las salas alternativas. Harold Pinter, Gogol, Steinbeck, O'Neill, Chejov? y hasta coinciden dos obras de ese desmesurado profesional del pesimismo que fue Thomas Bernhard.

Nuria Espert nunca falta a la cita. La recuerdo estas últimas temporadas en «Master Class», donde la diva hacía de otra diva, Maria Callas, en un recital inolvidable que deberían reponer, o en «Play Strinberg», o en las crudelísimas cumbres de «La violación de Lucrecia», donde la Espert fue aclamada por la crítica y el público como el no va más. No había cumplido yo los veinte años cuando la vi por primera vez en «Nuestra Natacha», de Alejandro Casona. Hace unos días, cuatro décadas y pico más tarde, se dice pronto, me senté en la butaca del María Guerrero y ella aún seguía allí, sobre las tablas, marcando con sus personajes el paso del tiempo, que a nosotros nos arrumba y a Nuria simplemente la transforma, cada vez más sublime, dominando el escenario.

En el fondo, Nuria siempre hace de Espert, y eso es también lo que nos fascina. Su último milagro es «La loba», la obra de Lillian Hellman que protagonizó Bette Davis en una edulcorada versión para el cine. Qué placer asistir de vez en cuando a un montaje clásico, de Gerardo Vera en este caso, con escalinata, butacones, mesitas auxiliares y cortinajes, donde las cosas son exactamente lo que son y no lo que pudiéramos imaginar que representan.

Contribuiríamos a crear un universo más ponderado si en tiempos de depresión dejáramos algún resquicio al optimismo, lo mismo que en épocas de abundancia convendría cultivar el pesimismo preventivo un par de ratos a la semana, por lo que pudiera venir después. En estos tiempos tan aturdidos, el buen teatro nos recompone por dentro, como pegando con sus pausas y diálogos los pedazos de nuestra dispersión. Dicho sea sin intención de ofender a nadie, algo va bien.