Hace un siglo, como ahora, las discusiones de los intelectuales españoles tenían como uno de los temas principales de debate las relaciones entre España y Europa. Con grandes diferencias, pero también con analogías sorprendentes. Entonces polemizaban los filósofos de primer rango, hoy discuten, sobre todo, los economistas. Así, resulta premonitoria la petición de Ortega y Gasset, en las Cortes Constituyentes de 1931, de crear un Consejo de Economía que asesore al Estado para que ayude a superar la frecuente retórica confusa de las discusiones políticas.

Uno de los incidentes más graves de aquellas discusiones sobre Europa tuvo lugar en septiembre de 1909. Hasta entonces las discrepancias se llevaban con el respeto y la tolerancia propias de la vida académica. Pero Azorín publicó en el diario «Abc» una carta privada de Unamuno donde se aludía a «los papanatas que están bajo la fascinación de esos europeos». Ortega y Gasset se dio inmediatamente por aludido: «Yo soy plenamente, íntegramente, uno de esos papanatas; apenas si he escrito, desde que escribo para el público, una sola cuartilla en que no aparezca con agresividad simbólica la palabra Europa. En esta palabra comienzan y acaban para mí todos los dolores de España». Esta respuesta de Ortega, publicada en «El Imparcial» el 27 de septiembre de 1909, fue de una gran agresividad. Unamuno había escrito, en su famosa carta, que «si fuera imposible que un pueblo dé a Descartes y a San Juan de la Cruz, yo me quedaría con éste». «En los bailes de los pueblos castizos -escribe Ortega- no suele faltar un mozo que cerca de la medianoche se siente impulsado sin remedio a dar un trancazo sobre el candil que ilumina la danza: entonces comienzan los golpes a ciegas y una bárbara barahúnda. El señor Unamuno acostumbra a representar este papel en nuestra república intelectual. ¿Qué otra cosa es si no preferir a Descartes al lindo frailecito de corazón incandescente?? Sin Descartes nos quedaríamos a oscuras y nada veríamos, y menos que nada el pardo sayal de Juan de Yepes».

Pero, ¿qué es ser europeizante? Ortega señalaba como rasgo más distintivo de la historia europea a la investigación científica, aunque este criterio no resuelve la gran complejidad de la discusión. Cuando Ortega quiere elogiar a quienes nos acercan a Europa, incluye también a los críticos con determinados aspectos de dicha cultura: «Un gran bilbaíno ha dicho que sería mejor la africanización; pero este gran bilbaíno, don Miguel de Unamuno, ignoro cómo se las arregla, que aunque se nos presente como africanizador es, quiera o no, por el poder de su espíritu y su densa religiosidad cultural, uno de los directores de nuestros afanes europeos». (La pedagogía social como programa político. 1910).

El fervor de Ortega por la europeización de España tuvo continuidad en sus discípulos asturianos: José Gaos, Pedro Caravia, Manuel Granell, Fernando Vela, Valentín Andrés, etc. En Oviedo, desde los años cincuenta del pasado siglo, era frecuente que los alumnos de Filosofía pasaran de las enseñanzas en el Bachiller de don Pedro Caravia y de Ortiz de Urbina en Oviedo, y en Gijón del latinista Francisco Vizoso, a ser alumnos de don Gustavo Bueno, quien los iniciaba en la lógica matemática y, sobre todo, los familiarizaba, por inmersión intelectual, en Platón, Kant y Hegel, es decir, en el núcleo central de la cultura europea. La opinión de Salvador de Madariaga de que Asturias es la región más europea de España no es injustificada, aunque nos resulte muy halagadora.

Una corriente de pensamiento tan representativa de la cultura europea moderna como la Ilustración del siglo XVIII se corresponde con uno de los momentos de mayor presencia asturiana en la vida española. El perfil del ilustrado, con su culto a la razón y experto «en cuentas y cuentos» -como se definía Valentín Andrés- tiene una expresión relevante en los intelectuales vinculados a Asturias en los siglos XVIII y XIX, e incluso entre algunos asturianos de América: Campillo, Campomanes, Jovellanos, el marqués de Sargadelos (creador de industrias y afrancesado) y el marqués de Santa Cruz (tratadista militar). A los que habría que añadir Feijoo y los ilustrados del siglo XIX, como Martínez Marina, Agustín Argüelles, Flórez Estrada, el Conde de Toreno, Canga Argüelles, Riego, y, en Puerto Rico, Fernández Junco, riosellano que fue ministro de Hacienda y escritor.

A los ilustrados habría que añadir, como movimiento de inspiración europea y de gran relieve para la vida cultural asturiana, a la Extensión Universitaria, que surge en 1898, coincidiendo con el momento de mayor esplendor de la Universidad de Oviedo. Don Luis Sela, hijo de Aniceto Sela, mantuvo viva durante el régimen de Franco la llama del europeísmo a través del Seminario de Estudios Europeos, organizado en torno a su cátedra de Derecho Internacional.

Las discusiones sobre Europa son, hoy, sobre todo, discusiones sobre el grado de soberanía que España debe ceder a Europa. Y, lo mismo que muchos intelectuales de hace 100 años, dos de los economistas asturianos más solventes, José Manuel Campa (doctor por Harvard y profesor del IESE) y Jesús Fernández-Villaverde (profesor de la Universidad de Pensilvania), tienden a considerar casi irreversible nuestro ingreso en la Unión Europea y en el euro. Fuera de Europa y del euro no quedaría más que el abismo de una oscura emigración colectiva, como pintó Evaristo Valle, y como describió, anticipadamente, Ortega y Gasset. También resuenan las palabras de Ortega en la actual discusión sobre el lugar que deben ocupar los economistas en el debate actual. La creación en España de un Consejo de Política Fiscal recuerda la propuesta de Ortega en las Cortes Constituyentes de 1931. Se trataría de una institución independiente desde la que economistas expertos supervisarían y evaluarían periódicamente los cálculos realizados por el Consejo de Estabilidad Presupuestaria y establecerían criterios generales de actuación. Sin duda, esta sería una forma de integrar las aportaciones de los economistas, filósofos y políticos, para un buen gobierno de la res pública, sin caer en las limitaciones de un gobierno de tecnócratas. Aunque las atribuciones de cada país -sin política monetaria y fiscal propias- quedan muy limitadas, siguen siendo necesarios, con los economistas que reclamaba Ortega, intelectuales que encuentren nuevas soluciones, como hace un siglo, administrativistas cualificados -se dice que un gobierno sin un experto en derecho administrativo es como un equipo de fútbol sin portero-, y, sobre todo, políticos preparados, ya que, como decía un gran autodidacta, Indalecio Prieto, para gobernar hay que primero esforzarse en saber, porque de la ignorancia no cabe esperar nada en política.