A principios del siglo XX el doctor Duncan MacDougall publicó en la revista «American Medicine» su teoría del peso del alma, que, en muy pocas palabras, sostiene que toda persona pierde 21 gramos en el momento de morir, lo que equivaldría al peso del alma o, como recuerda el personaje interpretado por Sean Penn en la película «21 gramos», dirigida por Alejandro González Iñárritu, también al peso de un colibrí o de una chocolatina. Según MacDougall morimos y esos leves 21 gramos se liberan.

Aunque no fuera cierta la tesis, no deja de llamar la atención que, frente a esa presunta levedad del alma, nos encontremos, en un país de tradición católica como España, con la gravedad de una hipoteca: las hipotecas han sido dotadas de un peso enorme y se aferran a las viviendas y a las personas. Como es bien sabido y padecido, si no se devuelve el préstamo hipotecario la entidad que lo ha otorgado pasa a ser titular de la vivienda, pero no por ello queda liberada la persona que lo ha solicitado, pues la carga hipotecaria seguirá pesando sobre sus hombros. Ni siquiera la muerte es más poderosa que la hipoteca: si la han asumido dos personas, la obligación recae sobre el supérstite o sobre los herederos, los avalistas?

Dada la contundencia e indestructibilidad de la hipoteca, no se entiende la fuerza empleada en Oviedo el pasado 27 de junio para desalojar a Jorge Cordero de una vivienda que ahora pertenece a Cajastur, entidad a la que sigue debiendo 108.000 euros y que por mucho que corra o proteste seguirá siendo su acreedora. Sí, ya sé que la noche anterior dejó la plaza de la Escandalera, donde lleva varios días en huelga de hambre al lado de la oficina principal de la entidad bancaria, para encerrarse en el piso en compañía de personas vinculadas a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y al 15-M; también que se negaron a abandonar la vivienda y que pusieron trabas al desalojo.

Pero, ¿eran tan peligrosos como para que intervinieran 60 policías?, ¿era necesario grabar con una cámara a las personas que protestaban en la calle o identificar a alguna de ellas como paso previo a la apertura de un expediente sancionador que puede implicar una multa más cuantiosa que saltarse un semáforo en rojo?, ¿era preciso que las personas que estaban en la vivienda salieran con las manos a la espalda o que varios policías se pusieran sobre la espalda de uno de los manifestantes y apretaran su cara contra el suelo?

Viendo lo ocurrido en este caso -de lo que se hizo eco hasta «The Washington Post»- pero no en otros mucho más dañinos para la sociedad, parece que el peso de la ley recae -a veces literalmente- sobre unos mucho más que sobre otros, lo que no debe extrañarnos pues, como ya decía Milan Kundera en «La insoportable levedad del ser», cuanto más pesada sea la carga más a ras de tierra estará nuestra vida y, añado yo, nuestra cara. ¿Pero debe seguir siendo así de pesada la carga que soportan las personas hipotecadas? Más en general: frente al declive del Estado social y la catastrófica gestión de la crisis financiera, ¿es una respuesta propia de una sociedad democrática avanzada la aprobación de una impresentable amnistía fiscal para los defraudadores y la indulgencia casi plenaria con el uso obsceno de los recursos públicos llevado a cabo por alguno de los titulares de las instituciones del Estado?; ¿lo es la exacerbación de una política excluyente y represiva contra las personas y grupos más vulnerables?

Aunque todavía no es Navidad, me permito concluir este ejercicio de fácil demagogia -valga la redundancia- pidiendo un poco de demagogia a tres instituciones: a Cajastur le pido que, en lugar de decir a Jorge Cordero; a su mujer, Patricia, y a su hija, Amanda, que no cumplen las condiciones para la dación en pago -¿quién fija esas condiciones sino la propia entidad?-, le facilite alguna fórmula de alquiler social para que puedan seguir en la vivienda; a la Delegación del Gobierno en Asturias le pido que para los próximos desahucios ordene el reparto de empanadas y no de tortas, y, por último, a los jueces y a las fuerzas de seguridad del Estado les pido que si en algún momento se procede a la detención de los responsables de las tropelías financieras cometidas en este país también entonces veamos que cae sobre ellos todo el peso de la ley en forma de varios policías que aprietan sus caras contra la moqueta y los meten con las manos a la espalda en una furgoneta. Gracias.