Éramos pocos y parió la abuela: Mario Conde cabalga sobre la nube negra del descontento. Si éste se lo permite, no habremos hecho más que salir de Guatemala para entrar en Guatepeor. Galicia tiene, a cualquiera de los efectos, el precedente de Asturias con Cascos para obrar en consecuencia y no aceptar el pulso político que plantea un sujeto dispuesto a dar lecciones de moralidad pública cuando cualquiera con dos dedos de frente sería capaz de entender que no es el más indicado para hacerlo.

Habrá quienes piensen que Mario Conde fue injustamente condenado por el «caso Banesto» como chivo expiatorio de un poder corrompido por políticos y banqueros de rapiña. Él mismo se encarga de repetir que es inocente cada vez que tiene oportunidad. Habrá también incluso quienes, creyendo que es culpable, defiendan que pueda presentarse como candidato en unas elecciones después de haber purgado con los años de cárcel y sido exonerado de la responsabilidad civil de pagar lo que inicialmente se le pedía por causa de la estafa y de la apropiación indebida.

Pero todo ello no impide que hablemos no ya sólo de moralidad pública, sino de la imagen de un país que plantea como alternativas a su denostada e ineficaz clase política, por un lado, a un pez gordo condenado por estafa y, por otro, al llamado Robin Hood de Marinaleda. Compararlos sería oponer el delito de cuello blanco al del robagallinas, pero en cuanto que define las aspiraciones de alternancia resulta una mezcla tan explosiva como inquietante. Inquietante es poco.

El daño que los grandes partidos han hecho al funcionamiento democrático tiene su principal respuesta en el mesianismo. Y, partiendo de ese cargo de conciencia, son ellos mismos quienes intentan advertir sobre las orejas del lobo cuando éste aparece travestido de una u otra forma por el horizonte y ven amenazada su parcela de poder. No es edificante el mundo tal como lo vemos tras los sucesivos intentos de mejorarlo en las urnas, pero el vértigo que produce este tipo de alternancia mete miedo, se mire por donde se mire. Salta a la vista.