Un porcentaje muy importante de los políticos españoles ha construido un sólido edificio, en el que reina el más absoluto descrédito. En suma, que un nutrido grupo de corruptos, incompetentes e inmorales ha llevado al resto al despeñadero en el que más tarde o más temprano terminarán por hundirse. Y lo peor es que las honrosas excepciones -que indudablemente las hay- se ven con la misma etiqueta colgada al cuello.

El desprestigio de la clase política va en aumento, imparable. Y el que no quiera ver es que está absolutamente de espaldas a la calle y al sentir popular. El deshonor de una nutrida tropa corre como un mal contagioso entre todo el colectivo, la deshonra alcanza a todos por las malas praxis de un número determinado de sus miembros. La ignominia que los ciudadanos perciben como cierta y que debiera ser el oprobio de los culpables mancilla y estigmatiza a la mayoría de ellos. Y los políticos saben o debieran saber, si no están absolutamente sordos y ciegos, que la solución y la limpieza e incluso la debida transparencia sólo es posible imponiéndola desde dentro.

A los de a pie nos da la sensación de que no hay un sólido interés en limpiar el vilipendio, la desvergüenza, la mancha, el baldón o el fango que sobre una gran cantidad de ellos ha caído. Y una muestra muy importante y significativa es el desusado interés de muchos de ellos en aparecer en emisoras de radio, televisiones autonómicas o estatales y en medios de comunicación impresos, con variopintos artículos y colaboraciones, que aparte de buscar el lucimiento propio proponen la mayoría de las ocasiones peregrinas alternativas o soluciones quiméricas. Porque quiero pensar que no es nuestro adoctrinamiento lo que buscan, prefiero suponer que lo que pretenden es hacer méritos entre los suyos. A mí me da una penosa sensación cuando veo uno de estos libelos, que demuestra que en vez de aprovechar el tiempo en lograr una sociedad mejor y más justa lo están perdiendo en emborronar cuartillas que posiblemente nadie leerá.

Me da la impresión también que entre otras cosas han olvidado que el verdadero lugar de expresión de los políticos es el ambiente que les es propio. Esto es, el Parlamento, ya sea autonómico o central, las sesiones plenarias de los ayuntamientos, el Senado u otros órganos en los que deben encauzar toda su capacidad de expresión y manifestación. Es justo en esos lugares, precisamente ahí, donde los medios de comunicación darán cuenta de sus progresos y de sus alternativas, donde recogerán sus palabras y, como es natural, las trasladarán a su audiencia, quien tendrá una lógica sensación de que alguien trabaja y se preocupa por ellos. Mientras esto no ocurra seguirá la caída, la infamia, la impopularidad, el deslustre, el desdoro, el demérito, la abyección y la degradación de todos, excepto honrosas excepciones. Vuelvo a repetirlo. Y no quiero terminar estas líneas sin incluir las sabias palabras de un poeta español quien dijo: «Mientras guardes silencio, tu ignorancia será conocida solamente por unos pocos; si hablas en voz alta, tu ignorancia será conocida por muchos más».