Oviedo es una ciudad de primerísima y el Real Oviedo lo mismo, claro, aunque en las clasificaciones deportivas esté donde esté. Aún.

Oviedo tiene un nivel estelar, ya que ciudad singular como capital del reino que dio lugar a la España reconquistada y, más allá, a la Hispanidad, la comunidad más extensa de la historia de la humanidad. Pero, ay, como todas esas cosas se ignoran culpablemente, no se entiende lo que ha sucedido aquí en los últimos meses.

El Real Oviedo estaba perdido allá por el otoño próximo pasado. Las habituales apelaciones a la caciquería local, dizque empresarial -de tercera por no decir de cuarta-, no funcionaban. Nunca han funcionado ni funcionarán en ese orden, en el futbolístico ni en ninguno otro. Así nos va.

Con el agua al cuello saltó la chispa -unos resortes telúricos únicos que sólo hay aquí- y con la velocidad del rayo el Oviedín se convirtió en el primer equipo global de la historia. No hay casualidades que valgan sino una clave esencial que -aun ahogada por tirios y troyanos- está ahí desde hace más de mil años y que en los trances límite siempre aparece. Por poner otro ejemplo, Oviedo fue la primera ciudad que plantó cara institucionalmente al imperio napoleónico. Y con éxito.

Sólo una vieja capital imperial podría tener el eco que tuvo Oviedo y el Real Oviedo en la red. La única condición era pasar de los mandarines de siempre que todo lo asfixian.

El primer equipo global de la historia y, claro, el primer empresario del planeta, Carlos Slim, fue quien antes lo vio y se sumó. Dos más dos, cien.

No hay milagro sino viejas, viejísimas palancas, que por una vez se liberaron. Cuando no existen salidas es cuando aparecen las verdaderas soluciones.

Estamos asistiendo en vivo y en directo a un fenómeno que se estudiará en las Universidades. El Real Oviedo está haciendo historia con mayúsculas. ¡Hala Oviedo! ¡Viva México!