Día del Amor fraterno, como corresponde al Jueves Santo, menos en Europa, claro, donde los presuntos hermanos continentales se han convertido en feroces bestias salvajes que amenazan a los más débiles con las penas de la ruina eterna.

Para los avisados -y especialmente para los lectores de Gustavo Bueno- las cosas están más que claras desde hace un montón de años. Ahora caen de la burra por decenas de millones, incluso los adoradores de ese mito panestatal que hunde sus raíces en la «Oda a la alegría» de Schiller según los compases de Beethoven. Qué guapo todo si fuera cierto, ¿verdad amiguitos?

La presión de Merkel y los suyos es brutal. Y como el personal aguanta carros y carretas, están dispuestos a ir más allá de lo que nunca habían llegado a soñar: entrar a saco en las cuentas de los ciudadanos -sobre todo los que menos tienen, que son los más- y cobrar el impuesto revolucionario europeo.

La única defensa que tiene el personal es llevar sus ahorros a los bancos alemanes y compañía -¡prueba conseguida!- o concentrarlo en las dos o tres grandes entidades bancarias españolas que están más allá de cualquier horizonte de rescate, con lo que el resto quebrará, el monopolio llegará a cotas de delirio y al final se quedarán también con esos gigantes de una forma más o menos amistosa, ustedes ya me entienden.

Día del Horror fraterno -y que las personas piadosas me perdonen la broma siniestra- porque el golpe de gracia nos lo van a dar quienes más confianza nos ofrecían, los amorosos socios europeos y su formidable técnica de explotación del complejo de inferioridad hispano.

Y pensar que hoy, en Oviedo, va a ser puesto en libertad, como gran gesto, un preso que estaba en la cárcel por no se qué minucias: tiene un trillón de años de perdón o más aún frente a las cuitas de los temibles eurócratas atracadores. Y como él, usted, amigo lector, y yo y todos nosotros.