Ocho de la tarde. Todo estaba preparado ante la iglesia de San Pedro para dar inicio a la procesión del Encuentro camino del Calvario. Había dejado de llover pero la intranquilidad no se despejaba; el cielo se seguía cerniendo con amenazadora oscuridad. Una consideración era pertinente: que la verdadera penitencia de los cofrades no era salir en procesión, sino hacerlo bajo aquel viento de hielo que barría las calles. Aunque si nos detenemos un instante a pensar en el sentido de la Semana Santa, hemos de concluir que su norma es la del sacrificio. Así que paso adelante, y a afrontar lo que corresponda.

Sonaron los clarines y tambores. Treinta hombres uniformados integraban la banda del Santísimo Cristo de la Piedad, de Oviedo. Es la primera vez que esta formación viene a ilustrar los desfiles gijoneses, y es nuestro deseo que no sea la última; su música fue un ornamento destacadísimo en la solemnidad, precediendo los pasos con su bella y dramática armonía. Doce chicos voluntarios de Protección Civil se alineaban haciendo camino a la primera imagen. Alguno de ellos se quejaba de la indiferencia que los gestores del Ayuntamiento muestran hacia su colaboración. «¡Ah, Begoña Huergo!», decían, echando de menos a la que fuera concejala de Seguridad Ciudadana.

Los estandartes de la Santa Vera Cruz iniciaron el desfile, precediendo al paso del Nazareno. Jesús con la Cruz a cuestas camino del Calvario. Cuatro faroles encendidos, profusión de flores rojas y manto de terciopelo rojo sobre los hombros de Jesús. Nueve porteadores delante, otros nueve atrás. Son los honores que su pueblo quiere darle. Pero entonces, hace dos mil años, no había flores ni faroles ni amigos. Sólo sangre, soledad y agotamiento. El único consuelo de aquel cruel recorrido iba a ser el encuentro con su madre, la Virgen Dolorosa. ¿Qué se dirían en el lenguaje mudo de las miradas?

Seguía al Nazareno el sacerdote Luis López Menéndez, párroco del Espíritu Santo, designado para dar el sermón del Encuentro, una vez que éste se realizara en la plaza del Marqués. Tras su itinerario por las calles Sebastián Miranda, Cruces, Rosario, plaza de la Corrada, Óscar Olavarría, al llegar a la altura de la colegiata de San Juan Bautista iba a salir a su paso la imagen de la Verónica -a hombros de mujeres de la Santa Vera Cruz-, para enjugarle el sudor y la sangre de su corona de espinas. La bella imagen de la Verónica es obra del escultor sevillano Manuel Martín Nieto, que a su vez es el autor de la Piedad, y de la figura de Jesús montado en el borriquillo que se acaba de exhibir el Domingo de Ramos.

El paso de la Virgen Dolorosa, preciosa con su manto de terciopelo negro, sus encajes, y su puñal atravesándole el corazón, lo cargaban penitentes de la Santa Misericordia, así como el de San Juanín de la Barquera. Ambos se dirigían al encuentro en la plaza del Marqués, pero... la lluvia dispuso otro guión.

En la plaza del Ayuntamiento fue preciso volver. El agua implica un deterioro de las valiosas imágenes, conseguidas con el esfuerzo de las cofradías. No hubo encuentro, pues. Pero éste nos corresponde a cada uno de nosotros. Únicamente con reflexionar. Estamos aquí. Luis López Menéndez pronunció su sermón en el interior de la iglesia.