Del testamento de don Juan, que se acaba de conocer, sorprenden varias cosas y al tiempo encajan perfectamente con lo que está sucediendo en distintos órdenes de la vida pública española.

Testar 1.100 millones de pesetas es mucho para quien se pasó la vida dando sablazos a la aristocracia adinerada.

Al tiempo, es muy poco para el hijo si no mayor, sí preferido -en el orden dinástico, que es el que cuenta- de Alfonso XIII, que falleció muy rico.

La circunstancia de que don Juan tuviese el grueso de su patrimonio en cuentas suizas y que la parte correspondiente haya ido a parar, al liquidarse el testamento, a cuentas de igual planta de don Juan Carlos también llama la atención poderosamente.

Y, en fin, sorprende que todo eso se conozca precisamente ahora cuando el frente Urdangarín está abierto en carne viva, y qué decir del flanco Corinna.

Desde el inicio de los problemas públicos de la Familia Real se especuló, con mayor o menor fundamento, con una operación para que el Rey abdicase en el Príncipe Felipe.

No se trataría de rejuvenecer la jefatura del Estado, a fin de cuentas una cuestión menor, sino de sustituir a un rey franco y/o germano por otro anglosajón. Vamos, la pugna de siempre.

A estas alturas, sin embargo, las embestidas -con razón o sin ella: es igual- son tan fuertes que apuntan directamente al derribo de la Monarquía española para sustituirla por una República. Un proceso paralelo a la desintegración de España en tres o cuatro estados y a la plena integración europea de esos restos -Cataluña, por ejemplo, pasaría a ser una provincia francesa-, para lo cual es más manejable una República de nueva planta que una Monarquía milenaria.

Todo está en duda y en movimiento hacia límites ignotos. No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa, que dijo Ortega.

(Para la terapia de esta semana se recomienda vivamente la sinfonía «Incompleta», de Schubert).