Y siempre foi ochobre / una maldición en cada camín / y más ácedes que nunca / les guindes / yeren sarrio nel cielu la boca. (Pablo Rodríguez Medina, «Mil desiertos llugares»).

El pasado 9 de mayo tuve el honor de presentar «Mil desiertos llugares», la última obra de Pablo Rodríguez Medina, ganadora del Premio Joven de Poesía 2012. Se trata de un bello poemario que el autor escribió hace una década, donde intuía el obligado y masivo éxodo de una juventud que no encuentra salida laboral en su tierra. Al terminar la lectura del libro, me resultó inevitable relacionar el universo plasmado por el autor con el trigésimo aniversario de la autonomía asturiana, preguntándome, una vez más, qué es lo que vino sucediendo para estar cada vez más aislados en esta tierra y cómo es posible que la autonomía no haya servido para que Asturias sea un lugar en el que se perciba proyección de futuro.

La primera paradoja que salta a la vista es que un partido como el PSOE, creado y concebido para una sociedad más justa y más abierta, no haya sido capaz, sobre todo en Asturias, de frenar un continuo aislamiento que, a día de hoy, es, como poco, inquietante. La segunda paradoja consiste en que es bien sabido que la FSA no pecó en momento alguno de veleidades nacionaliegas, y, aun así, fue el partido que se vino encargando de gobernar Asturias desde entonces, excepción hecha del periodo de Marqués y del año inconcluso de Cascos.

¿Habrá hecho la FSA autocrítica preguntándose en qué medida es responsable del continuo y creciente aislamiento de Asturias? ¿Alguien en este partido se habrá parado a pensar que hubo una Asturias pujante entre el XIX y el XX, que coincidió con el mejor momento de nuestra Universidad, con el movimiento obrero y con el florecimiento de intelectuales de la talla de Clarín, Ayala y Fernando Vela, que a la postre harían que nuestra tierra fuese el más fecundo vivero del orteguismo?

La madre de todas las paradojas en nuestra tierra consiste -insisto- en que un partido que apostaba por el futuro nos haya gobernado en un periodo que está marcado por un aislamiento creciente. Se podría argüir -y con toda la razón- que de haber estado gobernados por otras formaciones políticas el aislamiento no sería necesariamente menor. Cierto, pero eso no elude la pregunta acerca de la mencionada paradoja.

¿Qué nos ha pasado para que el presidente de España no reciba al de Asturias? ¿Cómo explicarnos que aquí las cosas se posterguen más que en otras comunidades autónomas, con independencia de que en España gobierne el PSOE o el PP? ¿Hay que recordar que Pepiño Blanco paralizó en 2010 obras de autovías en marcha que además ya llevaban años de retraso? ¿Hace falta referirse a lo que está pasando ahora con la variante de Pajares y con la Autovía del Suroccidente?

¿Por qué contamos tan poco para el resto de España? ¿Por qué la FSA no se pregunta en qué medida su centralismo contribuye al creciente aislamiento de Asturias? ¿Por qué no hemos encontrado alternativas a las brutales reconversiones que hemos venido sufriendo desde la década de los 80?

Lo curioso es que -y de eso da muy buena cuenta el excelente poemario de Pablo Rodríguez Medina- seguimos teniendo fe en la potencialidad de esta tierra, que es fértil, que cuenta con una juventud bien formada, que tiene una tradición histórica de la que nos sobran los motivos para sentirnos orgullosos.

Desde siempre hemos venido arrastrando un síndrome de insularidad existencial, que captó Ortega cuando advirtió que éramos poco transitivos. Pero, a pesar de ello, las «glorias comunes», que diría Renan, son grandes. Pero, a pesar de ello, hemos sido una tierra puntera en nuestro subsuelo y en nuestro suelo. Pero, a pesar de ello, hace cien años, un asturiano, Melquíades Álvarez, fundaba un partido en el que militaron los intelectuales más ilustres de la España de entonces.

Con todo ello, a día de hoy, sobran los motivos para sentirnos el furgón de cola de España. Con todo ello, lo que en otros muchos sitios se resolvió aquí sigue siendo asignatura pendiente, como es el caso de la cuestión lingüística.

¿Hemos sabido hacer de la autonomía una herramienta útil para el progreso y bienestar en Asturias y para ganar peso en España?

Es la hora de la autocrítica, principalmente por parte de quien tuvo casi siempre la responsabilidad de Gobierno. Pero esa autocrítica nos corresponde a todos los que formamos parte de una tierra a la que tanto amamos y en la que seguimos creyendo, aunque no hemos sabido ponerla a la altura de los tiempos.

Más allá de los topicazos covadonguistas, más allá del grandonismo de chigre, más allá de episodios que fueron mazazos, lo que apremia es luchar contra la insularidad y el poco peso que tenemos en el resto de España. Para ello, habría que dejar de lado todo aquello que se vino mostrando inoperante. No nos basta con creer en nosotros mismos si no plasmamos esa creencia en un proyecto de futuro lo más concreto y colectivo posible.

Nunca olvidaré un artículo de los últimos que escribió Clarín donde manifestaba su emoción ante el afán de aprender por parte de unos obreros socialistas que, tras una dura jornada de trabajo, sentían curiosidad, inquietud y afán de emancipación mediante el saber. ¿Es consciente la FSA de ese legado? ¿Lo es Asturias en su conjunto?

¿No es hora de estar dispuestos a negarse a no existir, a no contar, a seguir aislados?

El asunto no sólo es político. También lo es poético. Y social.